El silencio se apoderó de Pariser Platz, en Berlín. La gente que quedaba en la plaza miraba atónita a las dos Kanahm que se habían presentado en la azotea de aquel hotel en medio de una potente luz blanca. Ninguna de las dos movía un músculo, tan solo se limitaban a mirar a Gádian, que seguía en pie frente a ellas, en la alto de la puerta de Brandemburgo. Momó, el zorro que acompañaba a Alicia emitía unos sonidos parecidos a un gruñido rabioso, observando cómo el enemigo sonreía a sus rivales.
— Deberías decirle a tu mascota que se calme, Alicia — dijo Gádian en su cabeza.
— Has jugado demasiado tiempo con los seres a los que debías proteger, pues ése y no otro es tu cometido — respondía la Kanahm, con serenidad.
— ¿Proteger? ¿Deberíamos proteger a unos seres cuyo único anhelo es el poder? Ellos son los primeros que se destruyen unos a otros y vosotros no hacéis nada.
— No nos toca a nosotros juzgar — intervino Claire — todos tienen su oportunidad, y todos deberán rendir cuentas cuando llegue el fin de los días.
— El fin de los días llega con demasiada lentitud — respondió antes de desvanecerse en medio de una especie de niebla negra — Por eso hago lo que hago — susurró al oído de Claire antes de volver a desaparecer dejando solas a las dos Kanahm ante el gentío.
Entonces un gran estruendo similar al de una gran trompeta retumbó en el cielo extendiéndose por todo lugar en el mundo. Un sonido que hasta el último ser viviente del planeta pudo escuchar con total claridad.
— Es la llamada — dijo Alicia — Casi había olvidado su sonido.
— Confiemos en Adon — dijo Claire después de escuchar aquel sonido — El momento se acerca.
La multitud se silenció por completo mirando el cielo. Algunos temían que aquel ruido fuera una amenaza y se adivinaba el temor en sus caras. Nada más lejos de la realidad, ya que en otras ocasiones, la “llamada fue el último halo de esperanza para la humanidad, siempre acechada por el mal.
***
Adon se encontraba reunido con los Kami en la espesura del bosque, habiendo dejado a Izan en la pequeña aldea. Tsubaki dio libertad al chico para ver las costumbres de su pueblo, que vivían como en una pequeña burbuja atemporal ajena a todo lo que sucedía en el mundo exterior. Muchos de los habitantes estaban preocupados por el sonido que también ellos habían sentido hace tan sólo unos minutos. La gran trompeta en el cielo. Mientras, Izan observaba el río desde el precioso puente de madera, dos niños que jugaban cerca se le acercaron curiosos y empezaron a observar al forastero. El niño debía de tener no más de seis años, la niña, algo mayor que él le agarraba de la mano.
— Anata wa dare — dijo el niño acercándose más a Izan.
— ¿Cómo? — respondió el chico sin entender una palabra.
— Anata wa hen desu ne — insistía el pequeño examinándole extrañado.
— ¡Kirei na me! — dijo entonces la niña.
— No entiendo lo que decís.
— Kami no tomodachi desu ka — preguntó ella sonriendo.
— ¡Hide, Sora! — Dijo la que debiera de ser su madre desde el otro lado del puente llamando a sus hijos — ¡Koi!
— ¡Saionara hen na hito! — gritó el niño mientras corrían con su madre, que les pasó los brazos por los hombros, protegiéndoles y mirando a Izan con recelo antes de hacer una especia de reverencia con la cabeza, tal vez a modo de disculpa, o al menos así lo interpretó el muchacho.
— Izan — dijo Adon acompañado por los Kami — ¿Has oído eso?
El chico asintió a su profesor, observando los gestos de preocupación de Tsubaki y Toshiro.
— Todos los Kanahm han sido convocados de nuevo — aclaró Adon — Es “la llamada”, una trompeta que ha sonado hoy por primera vez en más de mil años.
— ¿Convocados? — preguntó Izan extrañado — ¿A dónde?
— Al lugar donde todo empezó — dijo Tsubaki muy seria.
— Edén — interrumpió Toshiro — y tú vendrás con nosotros.
Al parecer ya no era necesario recorrer el mundo para convencer a los Kanahm de que debían reunirse. Alguien o algo había allanado el terreno al joven y su maestro para que aquello sucediese lo más rápido posible. La primera imagen que Izan imaginó en su cabeza al oír las palabras de Toshiro fue el jardín del Edén, el lugar bíblico en el que Dios puso a Adán y Eva. Pero incluso la mayor parte de las religiones consideraban ya aquella historia como un mito. ¿Sería una casualidad que aquel lugar recibiera el mismo nombre? ¿Qué había de real en aquel mito?
***
Charles, aquel monstruoso portador que “escapó” de la Cuna, despertó en un garaje en el que había dos chicos jóvenes y una chica observándole mientras despertaba. No recordaba haberse desmayado, pero sabía que había estado caminando por la costa de Atlantic City durante mucho tiempo después de lo que pasó con la niña que le bautizó. Casi con toda seguridad, el cuerpo artificial de un portador también necesitaba descanso, cosa que, evidentemente era un dato que Charles desconocía.
— ¡Tío, te estás pudriendo! — dijo uno de los chicos mirando los pies del portador, que se encontraban en un estado lamentable.
— ¿Me habéis robado el suero? — preguntó Charles recordando que Gádian le confió unas cuantas dosis del suero que el profesor Cooper había sintetizado para alargar la esperanza de vida de sus portadores.
— Tranqui, tío ni la hemos probado — dijo imaginando que era algún tipo de droga mientras le daba a Charles la bolsa que llevaba — ¿Qué movida te metes?
— ¿Qué quieres decir?
— ¿Te pega un buen viaje? — dijo el otro chico.
— ¿Qué le pasa a esa chica? — dijo Charles mientras destapaba uno de los frascos de vidrio y echando un trago — Su corazón va muy despacio.
— ¿Te refieres a Lucy? — Respondió arrancando a reír — Lleva un colocón que no sabe ni dónde está.
Charles observó a la muchacha dormida sobre un mugriento sofá. Todo indicaba que había consumido una gran cantidad de algún tipo de droga.
— Deberíais buscar ayuda, no está bien.
— ¿Qué no está bien? — Respondió el joven de nuevo hablando muy deprisa y abriendo demasiado los ojos — ¿Tú te has visto? ¡Eres un puto gigante eunuco y sin ombligo tronco!
— ¿Qué es eunuco?
— Significa que te han cortado la picha — dijo la chica arrastrando las palabras, sin poder abrir los ojos.
— ¿Los extraterrestres fumáis maría?
— No soy un extraterrestre, pero si queréis puede mostraros de dónde vengo.
Los chavales estaban dispuestos a escuchar la historia que Charles iba a contarles, aunque debido a las drogas que habían estado consumiendo, su atención no era mucha precisamente.
— Soy sólo uno de innumerables espíritus que fueron condenados a no nacer en este mundo. Nuestro señor Gádian, un antiguo Guardián de la Tierra, tuvo a bien prestarme éste cuerpo artificial para que, al menos durante un corto período de tiempo pudiera saborear las mieles de la vida. Respirar, sentir la brisa del mar, conocer de cerca la vida humana… y dejar de ser una sombra. Pero estoy viendo algo que no comprendo. Vosotros, humanos, que gozáis del regalo de la vida, habéis creado un mundo que parece una gran sombra. La más oscura sombra que se puede imaginar — reflexionaba el portador.
Los tres jóvenes, ahora que la chica parecía haber despertado a duras penas, escuchaban atentos a Charles, lo que parecía una completa historia de ciencia ficción.
— No tengo muy claro las pretensiones de Gádian — continuaba el portador mirándoles a los ojos — Pero creo que vosotros deberíais tomar cartas en el asunto si no queréis que vuestro mundo se convierta en la oscuridad de la que me ha costado tanto escapar.
— ¡Pero qué cojones te has metido! — dijo uno de los chicos rompiendo a reír.
— Cállate tío — contestó la chica — Eso de Alemania… ¿Sabes algo?
— ¿Qué es Alemania?
— ¿Conseguiste grabarlo? — dijo ella dirigiéndose a uno de los chicos que al parecer era su novio.
El chaval puso una memoria USB en la televisión que había frente al sofá, y empezó a reproducirse un video emitido por las noticias de un conocido canal de televisión estadounidense. En él se podía apreciar con detalle todo lo que capturaron las cámaras ubicadas en Pariser Platz, incluída la “resurrección” de Gádian, resurgiendo de sus propias cenizas y la aparición de las dos Kanahm antes del sonido de la trompeta, momento en el que la emisión se cortó.
— Justo después de eso, oímos un ruido increíble, como si viniera del cielo, tío — dijo el que puso el vídeo.
— Él es mi señor Gádian — aclaró Charles — Deberíais tener en cuenta mis palabras y aprovechar cada minuto que os queda en la Tierra — dijo Charles antes de abandonar aquel garaje, en tono de amenaza.
***
Mientras el señor Skubbet continuaba mirando la televisión, atento por cada cosa que decían de lo sucedido en Berlín, Sara preparaba una pequeña maleta en su cuarto. Metiendo todo lo necesario para pasar unos días fuera de casa. Estaba claro que el mundo iba a cambiar en poco tiempo, y que Izan tendría un papel importante, y en ése momento sólo podía pensar en acompañarle. Quizá Claire y Alicia sabían cómo llegar al lugar donde estuviera su amigo con Adon y estaba convencida de ir a casa de Claire, donde había pasado la última noche, después de lo sucedido en la carretera con Adon y las sombras. Entonces unos arañazos tras la puerta llamaron su atención, y al abrirla, un pequeño zorro cruzó rápidamente el umbral y corrió hasta la cama, donde se sentó.
— Eres Momó ¿verdad? — dijo la muchacha con timidez.
El animal emitió una especia de gruñido, que Sara interpretó como una respuesta positiva.
— Sara — dijo la voz de Alicia en su cabeza — Todos los Kanahm hemos sido llamados a una reunión. Creo que deberías venir con nosotras.
— ¿Alicia? — respondió mirando los ojos del zorro.
— Sé que puede ser complicado, niña. Pero he sentido amor entre tú y el joven Izan, y el amor es lo que debería mover el mundo. Izan estará allí también. El mundo en el que vives acabará pronto y debes decidir.
— ¿Qué debo decidir?
— No eres un Kanahm, pero tienes suficiente poder como para ayudar al Guardián del Cielo en su camino. Ninguno de nosotros podrá tener ese poder jamás.
— Dime que debo hacer para ir con él.
— Ve al piso de abajo y despídete de tu padre — ordenó la Kanahm — No le volverás a ver en éste mundo.
Aquellas palabras asustaron y desconcertaron a Sara, cuyo corazón empezó a bombear a una velocidad tremenda, pero obedeció. Salió y bajó al piso inferior, donde su padre ya le estaba esperando al final de las escaleras.
— Recuerdo cuando tu madre murió Sara.
— ¿Cómo? — respondió la chica con los ojos húmedos.
— Sentí lo mismo que siento ahora contigo. Sé que debes marcharte.
— ¿Cómo lo sabes?¿Quién te ha dicho…?
— No tengo ni idea, sólo sé que debes darte prisa — dijo su padre antes de despedirse — Sólo una cosa, hija.
— Dime Papá.
— Sé que no he sido el mejor padre… Pero quiero que sepas que todo cuanto he hecho en ésta vida lo hice por ti y por tu madre, que fue la mujer más valiente que he conocido en mi vida… y sé que tú lo serás aún más.
La muchacha corrió a abrazar a su padre, que de manera inexplicable sabía que debía marchar, tal vez por algún tipo de revelación.
— Eres el mejor padre — Sentenció ella — Gracias.
El zorro había salido al pasillo y observando desde arriba en las escaleras parecía que tenía prisa para que Sara subiera lo más rápido posible. Sara se separó de su padre sin volver la cara, acompañó al zorro de nuevo a su habitación.
— ¿Qué le habéis hecho a mi padre? — preguntó la chica irritada y con la cara empapada en lágrimas.
— Al nacer, todos lo hacemos con una venda en los ojos que nos oculta la verdad. Cada uno elige cuándo se la quita, y tu padre lo acaba de hacer.
— ¿Dónde está Izan?
— Siéntate en el suelo con las piernas cruzadas — ordenó Alicia a través del pequeño animal, mientras éste se colocaba frente a la chica y la miraba fijamente.
— ¿Y ahora?
— Centra tu mirada en los ojos de Momó. Piérdete en ellos. Escucha mi voz.
— Ya lo hago…
— ¿Notas cómo te pesan los brazos?
— Sí.
— Puedes notar el frío del suelo. El aire rozando tu piel…Cierra los ojos.
Sara obedeció y cerró los ojos, aunque al hacerlo, seguía viendo al zorro sentado antes ella con toda claridad, pero en un fondo negro, hasta que el animal se fue disipando como el humo. Empezó a sentir un poco de frío y un fuerte viento que azotaba su largo cabello castaño violentamente. Podía oír el mar chocando contra las rocas. ¿El mar?
— Abre los ojos — dijo Alicia con una voz apacible y tranquila.
Sara se impresionó al comprobar que ya no estaba en su habitación. Estaba junto a Claire y Alicia en un pequeño islote rocoso, donde las olas rompían fuertemente y el viento azotaba con fuerza. Un monolito de piedra antigua con una cara tallada en ella presidía la pequeña isla.
— ¿Estás bien? — preguntó Claire preocupada.
— ¿Dónde estamos? — respondió Sara desconcertada.
— Ahora lo verás — anunció Alicia — levántate.
Alicia tomó la mano de la joven, levantándola del suelo.
— Sabemos que esto puede parecerte increíble — dijo Claire — por eso te pedimos que abras tu mente. Si lo haces no te harán falta respuestas.
Después de decir aquello, Claire atravesó lo que parecía ser una pared invisible, y al hacerlo, desapareció a ojos de Sara.
— ¿Qué? — dijo sin poder añadir nada más.
— Vamos, Sara — dijo Alicia tirando un poco de su mano.
— ¿Qué es eso? ¿A dónde ha ido ella? — decía Sara poniendo algo de resistencia.
— No tengas miedo — dijo Alicia cruzando junto a ella justo antes que Momó, que había aparecido allí justo en ese momento con ellas visiblemente contento.
Al traspasar lo que Sara sintió como un delicado velo transparente, la chica vio cómo aquella pequeña isla rocosa era mucho más grande de lo que se podía pensar. Estaba junto a Claire y Alicia frente a una gran llanura verde rodeada de grandísimas montañas con un gigantesco árbol en el medio presidiendo toda la escena. El cielo tenía diversos colores y luces, como las nebulosas del universo que tantas veces había visto en los documentales que ponía en clase el profesor de ciencias.
— Bienvenida a Edén — dijo Claire solemnemente y llena de orgullo.
— ¿Edén? ¿Es real? — preguntó la chica admirando el paisaje.
— Estás aquí, ¿no?
— Es increíble…
Apenas había dicho aquellas palabras cuando en el cielo, tres pequeños puntos se acercaban volando a gran velocidad, que fueron tomando forma humana mientras se acercaban. Iban vestidos con una especie de togas blancas que con el efecto del viento, se confundían con unas grandes alas que resplandecían con la luz del sol. Cuando llegaron a donde se encontraban, descendieron hasta el suelo y las dos Kanahm hicieron una reverencia. Con un gesto Alicia ordenó a Sara que hiciera lo mismo.
— Sara, son querubines, los custodios de Edén y del árbol de la vida — dijo Claire.
Los tres querubines tenían una venda de seda blanca tapando sus ojos. Tenían una estatura mayor a la media humana y el cabello largo y blanco, trenzado hacia atrás, dejando parte del cabello suelto en una melena que caía por la espalda. Las togas blancas estaban ceñidas al cuerpo mediante unos humildes cordones marrones a modo de cinturón. En sus brazos tenían unos extraños símbolos que parecían tatuados en su piel. Los tres portaban una vara de madera, no más largo que ellos.
— Keisha aj mahal — saludó uno de ellos, el más alto de los tres, que tenía la piel morena y por ello el color blanco del pelo destacaba más.
— Nérian adome, tivelez — respondió Claire.
Los tres ángeles hicieron un gesto para que los siguieran y juntos, descendieron por un sendero que conducía al centro de aquel paraíso, en dirección al gran árbol.
— ¿Querubines? — Dijo Sara ignorando que los tres seres estaban escuchándolo todo pese a la distancia que les separaban — ¿Esos no son los angelitos que disparan flechas de amor?
— Nada de lo que hayas podido escuchar se corresponde con la realidad. Te sugiero que olvides desde ya todo lo que crees saber sobre los ángeles — dijo Claire sonriendo — Y por si me lo ibas a preguntar: No tienen alas.
Los ángeles las guiaron hasta el enorme árbol que había en el centro de la llanura, en el cual había una abertura similar a una puerta. El tronco era increíblemente grueso. Podría tener fácilmente cien metros de diámetro. Al llegar, los querubines hicieron de nuevo una reverencia, y se fueron volando tan rápido como un rayo.
— Bien Sara — dijo Alicia — Ya podemos entrar.
Las tres entraron por la gran puerta que había en el árbol y tras la cual había una sala en la que había unas cuarenta personas esperando sentadas en una gran mesa redonda.
— Todos ellos son Kanahm — aclaró Claire — excepto él.
Izan estaba acompañado por Adon y los tres Kami, ya que Hideki, el Kami que decidió marcharse de la aldea, también se había presentado a la reunión. Era un chico joven, con el pelo alborotado y numerosos abalorios decorativos, como varias cadenas plateadas colgadas del cuello y tres anillos en cada mano. Adon no entendía bien qué hacía la joven Sara con ellas. Lo mismo debieron preguntarse muchos de los presentes al mirarla. Izan corrió hacia la chica y se fundieron en un abrazo.
— ¿Qué haces aquí? — preguntó Izan entusiasmado.
— Ellas me han traído.
— Te echaba de menos — Dijo el chico ruborizando a Sara.
— Si llego a saber que se podían traer humanos, hubiera llamado a más amigos — dijo una tenebrosa voz desde la puerta.
— Gádian — dijo Adon cargado de ira observándole entrar junto a otro individuo encapuchado — ¿Qué haces tú aquí?
— Aún soy un Kanahm ¿no? — Dijo el gigante mientras la puerta desaparecía tras él.
— ¿Quién te acompaña?
— Saluda, no seas maleducado — ordenó Gádian a su acompañante.
El individuo descubrió su rostro. Era Kurt, quien no presentaba signos de lo ocurrido en Berlín, pues a un Kanahm, no se le puede matar.
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