Era noche cerrada en Dresde, la ciudad alemana en la que nació Kurt. La noche en la que la vida del chico cambió para siempre. Después de intentar convencer sin éxito a su hermano gemelo para que volviera a casa, Viktor caminaba de regreso por las oscuras calles de Dresde. Tenía lágrimas en los ojos. Siempre tuvo un vínculo especial con su hermano gemelo, y tenía la preocupante impresión de que no volvería a verle. El silencio de las desérticas calles de la ciudad comenzaba a asustarle, por lo que decidió apretar el paso. Llegó a una estrecha calle en la que dos hombres interrumpieron su marcha.
— ¿Dónde crees que vas? — dijo el más alto de los dos, un hombre sucio y desaliñado.
— No quiero problemas — contestó Viktor, que siempre trataba de evitar un conflicto.
— Nosotros tampoco — respondió el segundo individuo sacando un cuchillo de un bolsillo interior de su gabardina.
— No llevo nada — aseguró el chico nervioso llevándose la mano al pecho en el que sentía un punzante dolor debido a las taquicardias que le producían una enfermedad que padecía desde hacía años.
Los asaltantes aprovecharon su debilidad para registrarle y robar todo cuanto pudiera llevar encima. Viktor había dicho la verdad, pues no llevaba nada de valor, y los dos individuos comenzaron a golpearle cuando dos grandes sombras aparecieron entre las paredes de los edificios, revolviéndose entre los dos atracadores. Viktor creyó alucinar cuando vio aquellas “nubes” negras rodear a los dos hombres.
— ¡Qué coño es esto! — exclamó uno de ellos entre la oscuridad.
— ¡Haz que pare! — gritó el segundo con voz de sufrimiento y dolor.
Tan pronto como aparecieron, aquellas sombras se esfumaron, dejando de nuevo todo en silencio y a los atracadores mirando al chico a los ojos, aterrorizados.
— ¿Qué ha sido eso? — dijo el chico mirando a los dos hombres.
Sólo obtuvo el silencio como respuesta, mientras los rostros desencajados de los dos delincuentes clavaban su mirada en los ojos de Viktor. El que tenía el cuchillo en la mano, lo utilizó para apuñalar a su compañero repetidas veces ante la atónita mirada del chico, hasta que se desplomó en el suelo sin vida. Luego utilizó la misma arma para cortarse a sí mismo el cuello, cayendo junto al primero. El dolor de Viktor se hizo aún más intenso y sentía cómo se le salía el corazón del pecho.
— Eres débil — dijo una tenebrosa voz a su espalda, lo que le obligó a girarse para mirar a Gádian a la cara, que estaba peligrosamente cerca del chico.
— ¿Qui... quién eres tú? — preguntó nervioso.
— Eres lo único que separa a Kurt de la oscuridad, de la rabia, la ira y la lástima. Eres lo único que separa a Kurt de mí — dijo aquel ser oscuro.
— ¿Kurt? — Repitió el chico mientras se le iluminaban las pupilas de un blanco intenso — ¿Qué le has hecho a mi hermano?
— Ya no es tu hermano. Él ahora es mío — dijo poniéndole una mano sobre la cara, haciendo que la misteriosa luz que emanaba de sus ojos se apagase — Ahora tú deberías regresar a la cloaca de la que procedes — concluyó antes de desaparecer en medio de una sombra oscura y negra.
Kurt seguía en aquel puente, mirando el curso del río Elba, que discurría impasible por la ciudad.
— No debes sentirte culpable, chico. — dijo Gádian mientras se acercaba a Kurt por la espalda.
— Lo sé — respondió tranquilo el joven.
— Proteger a los tuyos es muy loable, aunque con lo que está por venir, todos deberán posicionarse en un bando — explicaba Gádian tranquilo — los que, como tú, han elegido uno tan pronto, tendréis vuestra recompensa.
— ¿Qué pasa si cuando llegue esa recompensa ya no queda nada? — reflexionó Kurt.
— Que los que queden, crearán un nuevo mundo. Más justo.
Kurt echó la vista al cielo estrellado y suspiró profundamente.
— Ya no hay vuelta atrás ¿verdad?
— ¿Notas cómo cambia el cielo? — Dijo aquel hombre mirando hacia arriba
— Ya se acerca el momento.
— Mi hermano se muere, mi señor.
— Lo sé — respondió el gigante — Con los dones de un Kanahm podrías salvarle, pero ya sabes que un Kanahm no debe influir en la vida o la muerte de las personas.
— ¿Por qué no?
— No nos toca a nosotros decidir cuándo alguien se va o se queda.
— Eso es una mierda — dijo Kurt cortante — Cuando una muerte no es justa, los Kanahm deberían intervenir. ¿Por qué existen esos guardianes, si cuando hacen falta de verdad, no están?
— Esa es la respuesta que esperaba — dijo Gádian sonriendo a su pupilo — Los Kanahm tienen la creencia de que todo su trabajo consiste en observar y proteger el libre albedrío de las personas. Pero no incluyen en sus observaciones que ése libre albedrío conlleva el mal para muchos. Ellos son los eternos olvidados del Empíreo, Kurt.
— ¿Quiénes?
— Las víctimas de las guerras, de asesinatos, de violaciones… Ellos no tienen libre albedrío, no tienen libertad. Son otros los que deciden por ellos.
— Y los Kanahm no hacen nada — completó el chico.
— Exacto. La raza humana se desvirtúa cada día que pasa. Y por ello es necesario hacer una limpieza. Empezar de nuevo en un nuevo mundo más justo para todos.
— ¿Por qué no todos los Kanahm son como tú, mi señor? — Preguntó Kurt incrédulo — Quiero decir, ¿quién estaría en contra de acabar con todas esas cosas?
— Sí quieren acabar con todo eso, pero digamos que su método no es efectivo. En lo más profundo de la humanidad habita el mismo mal que habita en las sombras que me acompañan, pero ellos no pueden o no quieren verlo. Todo el mundo debería saber que hay alguien por encima de ellos, que juzga y castiga a los que cometen esas atrocidades.
— Estoy de acuerdo.
— Lo sé, y por eso ya estás preparado.
— ¿Preparado? ¿Para qué?
— Para ser uno de nosotros.
***
— ¿Gren? — Dijo aún adormilada — ¿Qué estás haciendo?
— Vuelve a dormirte Erica.
— ¿Qué estás haciendo? — repitió ella elevando el tono de su voz.
— Sabes que tengo que irme — respondió con los ojos húmedos y evitando la mirada de su mujer.
— ¿Nos vas a abandonar?
— ¿Cómo crees que afectará a nuestro hijo ver cómo su padre no envejece?
— Gren, por favor — suplicó Erica viendo a su marido tan decidido — No tienes por qué hacerlo tan pronto.
— Cuanto más tiempo pase, más dolorosa será la despedida, Izan tiene cinco años, apenas me conoce, no quiero causar más dolor.
— ¿Y yo? ¿Qué pasa conmigo?
— Erica, sabía que este momento tenía que llegar… Nunca debimos hacer esto… ¿Crees que podría soportar ver cómo el tiempo pasa, arrebatándome a mi familia? Tarde o temprano, moriréis, y no quiero estar aquí para verlo. Ver cómo mi hijo es un anciano moribundo, mientras que yo me mantengo así. Haznos un favor a los dos, y construye una nueva vida para vosotros, lejos de mí.
— No quiero una vida en la que no estés con nosotros.
— No sabes lo difícil que es para mí marcharme…
— Eres tú el que no tiene ni idea de lo difícil que es para mí verte marchar, por no mencionar la historia que le tenga que contar al niño cuando te eche de menos.
Gren se acercó a la cama, donde aún estaba su esposa, y le dio un beso en la frente después de sentarse junto a ella.
— Erica, sé que ahora me odias, pero eres más fuerte de lo que crees, y sé que los dos tendréis un futuro sin mí. Izan es un niño muy especial, los dos lo sois. Yo sólo puedo hacer daño si me quedo.
— Márchate Gren — sentenció Erica con la cara hinchada de llorar — pero no se te ocurra volver.
Gren cerró los ojos y con el corazón lleno de dolor, cogió su maleta y abandono aquel dormitorio en el que se quedaba la única mujer a la que había amado en miles de años de vida. Cruzó el pasillo de la casa hasta llegar a las escaleras cuando la voz de su hijo le sobresaltó.
— ¿Papá? — dijo Izan, un precioso niño castaño justo antes de bostezar — ¿Qué le pasa a mamá?
Gren se acercó a su hijo y le cogió la barbilla con delicadeza.
— Mamá está triste.
— ¿Por qué?
— Me voy de viaje. Y tardaré mucho tiempo en volver.
— ¿Puedo ir contigo? — preguntó el niño esperanzado.
— No hijo, tú tienes que quedarte con mamá y quererla mucho — respondió con lágrimas en los ojos.
— ¿Cuándo vas a volver?
— No lo sé — dijo acariciando su carita — Eres un niño muy bueno Izan, y sé que serás alguien muy especial, mejor que yo.
El pequeño Izan pareció entender al instante que su padre debía marcharse, y no intentó retenerle de ninguna manera, tan sólo abrazó a su padre tan fuerte, que a éste se le rompió el corazón por dejarlos. Luego miró a los ojos a su hijo, unos ojos profundos en los que se apreciaba algo más que una simple mirada, a través de ellos parecía conectarse al mismo Empíreo, una sensación que ni un Kanahm podía transmitir. Gren abandonó su casa antes de saber que su hijo guardaba en su interior el espíritu de un Nahm, que estaba destinado a guiar a los Kanahm en su lucha con el mismo infierno.
Consternado y cabizbajo, Gren, un Kanahm destrozado emocionalmente, anduvo durante horas por la calle, hasta llegar a una estación de tren en la que estaban esperándole dos individuos, uno increíblemente alto y encapuchado, y un chico de unos trece años que le acompañaba.
— Gádian — dijo Gren saludando al primero.
— Buenas noches Ashem.
— Mi nombre es Gren.
— Claro, Gren — rectificó Gádian al ver que le incomodaba su nombre Kanahm.
— Él es el chico, supongo…
— Me llamo Kurt Trümper, señor — dijo el joven Kurt estrechando su mano.
— Encantado de conocerte, Kurt — respondió Gren — Acabemos con esto.
***
Dos Kanahm y un chico de trece años, el primer humano mortal al que se le permitía el acceso a Edén, avanzaban por la senda que conducía al gran árbol del bien y del mal, custodiado por varios Querubines, ataviados con su característico atuendo ligero y blanco que ondeaba con el más leve soplido del viento. El pequeño Kurt estaba absorto con cada detalle de aquel lugar. Desde el camino se apreciaba un precioso valle de un verde mucho más intenso que cualquiera que se pudiera encontrar en ningún punto de la Tierra. El gigantesco árbol reinaba entre la flora del lugar. Extraños animales que creía inexistentes en el exterior, vivían tranquilamente en Edén, como lo que parecía un precioso halcón azulado, de gran tamaño y con las plumas de la cola extremadamente largas, que cruzaba el cielo multicolor a una altura exagerada. Debido a todos los detalles que le llamaban la atención, el camino se le hizo tan corto, que ya llegaron a su destino, donde un Querubín les aguardaba.
— Keisha Gádian — dijo el ángel mirando a Gádian a pesar de llevar los ojos vendados — Keisha Ashem — prosiguió mirando a Gren.
— Adome — respondió Gren, haciendo una reverencia que Gádian no imitó.
— Bienvenidos seáis de nuevo a Edén, guardianes de la Tierra — dijo entonces, teniendo en cuenta la presencia de Kurt, que no entendía aquella antigua lengua — ¿Qué se os ofrece?
— Me temo que ya saben la respuesta — Respondió Gádian un tanto hostil para con el Querubín.
— Naturalmente que conocemos el motivo de vuestra visita — aclaró él mirando a Gádian por encima del hombro — Intuyo pues que sabéis que lo que vais a hacer, no tiene vuelta atrás, además de conllevar un peligro considerable para ti, Ashem.
— Soy consciente — dijo Gren.
— Proteges la Tierra desde hace miles de años, ¿puedo saber el motivo de tu exilio?
— Hace siete años conocí a una mujer de la que acabé enamorándome, y tuvimos un hijo. Quiero vivir el resto de mi vida junto a ellos como un mortal.
— Sabes que eso dependerá de cómo reaccione tu cuerpo a la ingesta del fruto, ¿verdad? — recordó el Querubin señalando la copa azulada del enorme árbol que tenían sobre sus cabezas.
— Soy consciente.
— En tal caso, vayamos al lago, ya está todo preparado.
Cerca de la colina donde se erguía el árbol de la vida, había un pequeño lago, de aguas cristalinas y en calma. Su superficie parecía un espejo que reflejaba la majestuosidad de aquel lugar. Varios Querubines se encontraban esperando a Gren, quien iba a renunciar a su condición de Kanahm. Era la primera vez que un guardián de la Tierra renunciaba de forma voluntaria a tal honor. Uno de los Querubines, de largo cabello blanco y piel morena, llevaba en las manos una pequeña caja de madera. El resto estaban dispuestos en fila india, formando un pasillo por el que supuestamente debía pasar Gren. Al hacerlo, bajo la atenta mirada del pequeño Kurt, los Querubines le iban rozando la cabeza con las manos. El “pasillo” que habían formado llevaba hasta la orilla del lago. Gren avanzó despacio hasta llegar al agua, que dejó de parecer aquel espejo, al llenarse de ondas con cada paso del todavía Kanahm. El Querubín que llevaba la pequeña cajita, la abrió y le ofreció su contenido a Gren, quien cogió un extraño fruto, aquel que daba el árbol de la vida. Después siguió caminando hacia dentro del lago, despojándose de su atuendo. Ya cuando el agua le llegaba por el ombligo, miró detenidamente al joven Kurt, que no perdía detalle, y a su maestro Gádian, un Kanahm al que conocía bien, y nunca hubiera imaginado al monstruo en el que estaba a punto de convertirse.
— Hermanos del Empíreo — dijo Gren mirando al cielo — Os ruego me concedáis el honor de vivir una vida mortal junto a mi familia el tiempo que estiméis oportuno. Sabéis que todo cuanto he hecho desde que soy guardián ha sido por el bien de la luz y la vida. Me pongo en manos de los Nahm para hacer este viaje — dijo antes de morder el fruto y desplomarse sobre el agua, perdiendo la vida entre violentas convulsiones.
Llegado el momento, el cuerpo del Kanahm quedó inmóvil en el agua, y poco después su cuerpo comenzó a diluirse en las aguas del lago, dejando un aura luminosa y azulada flotando en el aire. Los Querubines admiraban aquella luz y miraron a Kurt, el chico a quien había elegido Gren para que fuese su relevo, quien debiera asumir la responsabilidad de ser el nuevo guardián de la Tierra.
El aura de Gren, o Ashem, como lo llamaban los Querubines, flotaba inmóvil hasta que poco a poco se fue acercando al chico, que empezaba a asustarse.
— ¿Duele? — preguntó el pequeño Kurt.
— Todo lo contrario — aseguró Gádian — sentirás algo que no has sentido nunca. Pasarás a formar parte del mismísimo mundo. Y juntos comenzaremos a hacer lo que todos nuestros hermanos debieron empezar hace mucho tiempo.
— Recuerda bien para qué estáis en el mundo, Gádian — dijo el Querubín que les llevó hasta el lago.
— No soy yo quien lo ha olvidado.
— Tampoco habrás olvidado pues, lo que conlleva la confrontación de los Kanahm — recordó el ángel — No sería la primera vez que el mundo se estremece con una guerra celestial.
— No empañemos éste momento, señor guardián del Edén — dijo Gádian tratando de cambiar el tono de la conversación — Un Kanahm está a punto de nacer. El Kanahm que hará recordar al ser humano la razón de su existencia.
El aura de Gren ya comenzaba a penetrar en el pequeño cuerpo de Kurt, que comenzó a elevarse sobre el suelo, mientras respiraba aceleradamente de los nervios. La luz se introdujo en él, llenando cada recoveco de su ser. Según pasaban los segundos, Kurt comenzó a ver todo mucho más nítido, podía sentir a todos los seres vivos que había en el lugar: Las aves sobre el cielo, los peces que había en el lago, y todas las criaturas que había sobre la tierra, cerca del lago, incluidos los Querubines, a quienes veía como seres de luz, casi divinos. Se sentía fuerte, más “vivo” que antes de entrar en contacto con el aura de Gren. La vida le rodeaba, ya no había lugar para la muerte, pues la luz se imponía por completo. Todo estaba iluminado, como si todo Edén tuviera su propia aura blanca. Excepto la zona donde se encontraba Gádian. El Kanahm estaba rodeado de una sombra que empañaba toda esa magia, una sombra que en algún momento destruyó toda la paz que había en el corazón del gigante…hace miles de años.
— Ahora empezarás a conocer a Gádian — pudo oír Kurt dentro de su cabeza.
— ¿Eres Gren? — preguntó mentalmente, sin pronunciar palabra.
— Mi nombre es Ashem — respondió en su cabeza — Has heredado el don de la vida, Kurt. Ése fue siempre mi cometido como Kanahm…
— ¿La vida? — preguntó desconcertado el chico.
— Sean cuales sean tus decisiones de ahora en adelante, serán las adecuadas para que triunfe la vida. Vives en un mundo que se está muriendo y por eso tu cometido será muy importante.
— ¿Qué le pasa al maestro Gádian? — preguntó fijándose en la sombra que le acompañaba.
— Gádian ha sido invadido por la oscuridad y el odio… por eso debes empezar tu trabajo con él. Él tratará de convencerte para que actúes según sus designios y tú deberás crear en el la luz que hace tanto tiempo perdió.
— ¿Por qué me has dado éste don?
— Mis prioridades cambiaron el día en que nació mi hijo. Él te acompañará pronto en tu viaje, Kurt.
Aquella voz resonó por última vez en la cabeza del chico, mientras Gádian admiraba orgulloso cómo su pupilo se convertía en un Kanahm. Un Kanahm que poseía el don de la vida.
***
Años más tarde, en la habitación de un hospital alemán, Viktor Trümper, un joven enfermo del corazón, llevaba tiempo entre la vida y la muerte, sucumbiendo a la enfermedad. Mientras su madre dormía a su lado en un incómodo sillón que había junto a la cama, miró con dificultad hacia la puerta, donde se encontraba en pie su hermano Kurt, a quien no veía desde aquel día en el puente del río Elba, en Dresde, hacía tantos años. Kurt había cambiado poco, exceptuando el largo cabello que lucía.
— Hermano — dijo Kurt con la voz cortada.
— Por fin te has dignado a venir — respondió Viktor con mucha dificultad.
— Siento no haberlo hecho antes.
— Lo sé.
— He venido para hablarte acerca de algo — anunció Kurt mientras observaba el aura se su hermano apagarse — y es justo ahora el momento adecuado.
— ¿Ahora que me voy?
— Así es, eres tú quien debe decidir. Puedo hacer que te quedes.
— Sé que serías capaz, pero los dos sabemos que mi sitio ya no está aquí… Me lo han dicho.
— ¿Quiénes?
— Ellos… son seres de luz, han venido a por mí, Kurt. Tengo que volver a ellos.
— ¿Están aquí?
— Sí, ¿no puedes verlos?
Kurt miraba por la habitación y no veía nada, tan sólo a su madre, que dormía junto a la cama de Viktor y a su hermano que se despedía de la vida que él podía mantener.
— Tú tienes tu cometido, y yo tengo el mío — dijo Viktor dejando escapar una lágrima y mirando fijamente a un punto en el que Kurt no podía ver nada.
— Viktor, quiero que te quedes, por favor, déjame ayudarte — dijo cogiéndole la mano, e intentando conservar el hilo de vida que mantenía a su hermano unido a la Tierra.
Al primer contacto con la mano de Viktor, el chico se dio cuenta que su hermano pudo haberse ido mucho antes, que aguantó hasta ese momento porque sabía que Kurt iba a estar con él, el Kanahm de la vida, que no podía mantener la de su hermano, quien tenía su propio cometido. Comprendiendo que no podía hacer nada por la vida de su hermano, Kurt soltó la mano de Viktor, quien expiró a los pocos segundos, haciendo su propio viaje, un viaje que Kurt llevaba años intentando evitar, pero que era inexorable.
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