viernes, 22 de abril de 2016
Capítulo 6: La Profecía
— Un accidente en cadena en la 308 a su paso por Horsholm, ha dejado un muerto y varios heridos, además de numerosos daños materiales — decía un reportero en televisión — el accidente, deja una mancha en un fin de semana en el que no se había registrado ningún accidente mortal en el país. Varios de los vehículos fueron abandonados inexplicablemente por sus ocupantes, que están siendo atendidos por un equipo de psicólogos.
— No fue discreto, precisamente — dijo Claire apagando el televisor.
— Gracias por acogernos Claire — respondió Adon algo avergonzado — nos iremos lo antes posible.
— Tomaos vuestro tiempo... Estáis en vuestra casa — respondió amablemente antes de mirar hacia Zawa — excepto tu... tú me das un poco de asco, ya me han dicho de dónde vienes...
Ya había amanecido, y lo único que se le ocurrió al profesor en aquella situación fue acudir a la casa de una vieja amiga que vivía cerca de allí. De hecho fue una de las razones por las que decidió trasladarse a Dinamarca. Pocas personas podían entender a Adon como ella.
— ¿Estás bien? — preguntó Izan a Sara, que miraba atentamente la televisión.
La chica asintió sin más. Intentaba asimilar todo lo ocurrido, buscando una explicación lógica de todo lo que había pasado. Al no obtener la respuesta que esperaba, el muchacho se levantó de la mesa donde estaban sentados y acompañados por Zawa, que aún se resentía de los rasguños y magulladuras producidos la noche anterior. La casa era grande, de madera y con un precioso porche que daba a un patio trasero, en el que Kurt, el joven que había traído de vuelta a Sara, descansaba apoyado en una balaustrada, también de madera, mientras observaba una libreta.
— Gracias por traerla con nosotros — dijo Izan pretendiendo iniciar una conversación.
— De nada.
— Me llamo Izan — Kurt ignoró eso último, evitando mostrar que ya conocía ese dato... Y muchos más — ¿Quiénes sois?, esa chica — dijo señalando a Zawa, a la que se veía a través de una ventana — y tu... ¿de dónde venís?
— Demasiadas preguntas, Izan — respondió Kurt cortante — estamos aquí, de momento. Punto.
— Lo siento tío — añadió Izan en tono conciliador — solo quería agradecértelo.
— De acuerdo, ya dije que no hay de qué.
— ¿Haciendo nuevos amigos? — Interrumpió Zawa apareciendo tras abrirse la puerta de cristal que daba al porche — puta garrapata — añadió mirando a Kurt.
— Deberíais amarrarla — recomendó el joven — ya habrá tiempo para presentaciones.
— Eres un mierda, ¿lo sabías? — Continuaba Zawa — justo cuando las cosas se ponen feas, aprovechas la mínima oportunidad para apuñalarnos por la espalda... Lo vas a pagar caro. No comprendo cómo han podido confiar en ti.
Ninguno de los presentes añadió nada más, lo que dio lugar a un largo e incómodo silencio que solo rompería Kurt, pasando las páginas de su libreta.
La casa estaba situada en una finca a las afueras del pueblo, tenía dos plantas y hasta ella solo se podía llegar a través de un camino sin asfaltar que Izan dudaba que estuviera en algún mapa de carreteras. El resto de la finca era un campo de hierba verde, un paisaje muy común en aquella zona.
— ¿Puedes explicarme qué hacen esos niños en mi casa? — preguntó Claire visiblemente indignada.
— No hubiera venido aquí de haber tenido otra opción, te lo aseguro — respondió Adon, cerrando la puerta de la cocina, donde se habían retirado a hablar a solas.
— No lo digo por ti — Claire cerró los ojos, buscando las palabras adecuadas — esa tal Zawa... Adon te conozco, crees que puedes salvar a todo el mundo, y aunque es una idea preciosa y me encanta, lo cierto es que la realidad es otra, por no hablar del otro.
— Se llama Kurt — aclaró el profesor — sé que miente, de hecho solo he necesitado unas palabras para saber muchas cosas de él...
— Espero que sepas lo que estás haciendo. Decidí apartarme de todo esto por una razón, y ahora que he visto a Izan, creo que algo está cambiando, pero la cautela nunca fue una de tus cualidades.
— Cierto, y eso me ha llevado hasta él — aclaró Adon — y hay algo más.
— Sorpréndeme.
— Alicia está aquí, en Dinamarca.
— Lo sé, estuvimos hablando — dijo Claire sorprendiendo al profesor.
— ¿Sobre qué?
— El Nahm ha aparecido. Es una señal que indica que algo no va bien ahí arriba — dijo señalando al techo con los ojos — y si tomamos en cuenta lo que pasó la última vez, es más que probable que necesitemos unirnos de nuevo.
— ¿Los Kanahm? — Interrumpió Adon, a lo que Claire asintió — si por mí fuera nunca nos habríamos distanciado. Es lo que Gádian ha usado en nuestra contra. ¿Y qué dice Alicia sobre eso?
En ese momento, Momó, el zorro que acompañaba a Alicia el día anterior entró corriendo en la cocina, después de que ésta abriera la puerta.
— Pregúntamelo tú mismo — dijo cerrando la puerta tras de sí.
***
En una lejana llanura blanca de Groenlandia, el sol apenas asomaba por el horizonte, tiñendo de un color anaranjado la nieve que había en la superficie. Allí estaba Gádian a solas, paseando por el gélido hielo, con los pies descalzos, y mirando hacia el infinito.
— Tres Kanahm reunidos… sí que se lo están tomando en serio — se dijo a sí mismo — Ahora todas las almas pueden nacer en la Tierra, ya hay muchos de los nuestros entre vosotros… ¿Qué haréis cuando sepáis que no hay victoria posible? El Empíreo nos ha abandonado hermanos…
***
El fracaso de la agente Nielsen era un secreto a voces en la oficina. Algunos compañeros incluso dudaban que hubiera podido dejar escapar al prisionero, al no poder explicarse que alguien con un expediente impecable como Nielsen cometiera un error de principiante como aquel. El agente Madsen, compañero suyo en numerosas investigaciones, estaba con ella, que en ese momento recogía las cosas de su despacho al haber sido cautelarmente suspendida por el incidente.
— No te martirices — trataba de animar su compañero.
— No lo hago — contestaba sin mirarle — Déjame tranquila Madsen.
— Lo siento — dijo Madsen saliendo del despacho.
Nielsen se arrepintió al momento de cortar a su compañero de aquella forma, mientras miraba la única pertenencia que le quedaba en el escritorio: una fotografía del oficial Gunder Christiansen, el actual jefe de policía, haciéndole entrega de la placa, la misma persona que diez años después se la retiraría.
— Espera — dijo Nielsen arrepentida.
Su compañero volvió junto a ella y miró también aquella fotografía, enmarcada en un precioso marco de plata.
— El mes que viene hace diez años que soy policía, Madsen — dijo nostálgica — éste trabajo puede ser muy cargante, pero uno no se da cuenta de lo que tiene, hasta que lo pierde.
— Agente Nielsen.
— Ya no soy policía — interrumpió ella — Me llamo Karen.
— Es una medida cautelar, Karen — dijo Madsen tratando de animar — volverás a tu puesto en cuanto se esclarezca el caso, tómatelo como una vacaciones.
— Gracias — agregó Nielsen estrechando su mano.
— No hay de qué, compañera — respondió Klaus Madsen visiblemente emocionado estrechando la suya justo cuando el móvil de Karen comenzaba a sonar.
— Disculpa — dijo ella mirando la pantalla del aparato — es mi hermana, ¿dígame? — contestó.
— Hola Karen, siento molestarte — dijo su cuñado al otro lado del teléfono.
— Hola Eric ¿ha pasado algo?
— Se trata de Sophie… ha perdido el bebé.
— ¿Qué ha pasado? ¿Ella está bien? — dijo Nielsen preocupada.
— No quiere salir del baño, ¿podrías venir?
— Claro, ahora mismo voy.
Karen cargó la caja en la que había guardado todas sus cosas, y salió a prisa de la comisaría. Afortunadamente su hermana vivía cerca, por lo que bastaron diez minutos en coche para llegar hasta allí.
— Eric, soy yo — dijo llamando a la puerta insistentemente con los nudillos.
Su cuñado abrió la puerta, muy afectado. Después de darle un cariñoso abrazo, Karen acudió al baño, donde su hermana se encontraba. Ella debió notar que había llegado, porque la puerta estaba abierta. Sophie estaba tirada en el suelo, sobre un gran charco de sangre y llorando desconsolada.
— Dios mío — es lo único que se le ocurrió decir a Nielsen — ¡Eric, llama enseguida a emergencias!
— Karen, mi hijo — dijo su hermana con algo que parecía un feto entre sus manos.
Tras insistir mucho, Karen finalmente convenció para envolver en una manta el cadáver de la criatura, mientras aguardaban la ambulancia, que tardaba mucho en llegar.
— ¿Dónde coño están? — dijo Eric desesperado.
— Alcánzame el móvil — ordenó Nielsen enérgicamente y Eric obedeció sin chistar — Madsen, soy yo. Necesito una ambulancia en casa de mi hermana urgentemente.
— Tu hermana ha perdido el bebé, ¿verdad? — adivinaba su ex compañero.
— ¿Cómo lo sabes?
— Le está ocurriendo lo mismo a todas las embarazadas, es una locura, el hospital está desbordado.
— ¿Cómo?, Madsen ¿qué estás diciendo?
— Dicen que puede ser un virus o no sé qué — explicaba atropelladamente — Karen, tengo que dejarte, lo siento — dijo antes de colgar.
Nielsen y Eric decidieron llevarla ellos mismo al hospital. La vida de su hermana no corría peligro, pero era más que conveniente que la viera un médico. Mientras conducía, Nielsen recordó un detalle que pudo ver durante aquel trance al que fue sometida por Adon Beckert durante el interrogatorio, y aunque aquellas imágenes ya estaban difusas en su cabeza, juraría que una de las cosas que pudo ver, fue un mundo en el que no había niños que nacieran. Un mundo en el que los humanos sólo podían morir.
Todos dormían en casa de Claire, incluso Kurt había sido derrotado hace tiempo por el cansancio y echaba cabezadas de vez en cuando, cuando sus párpados pesaban demasiado. Se acoplaron como pudieron en el salón y descansaban, aunque el sueño de Izan no iba a durar mucho más, ya que Adon se encargó de despertarle con cuidado, sin que nadie más que él se diera cuenta. Con un disimulado gesto, le indicó que le siguiera afuera y ambos salieron silenciosamente de la casa sin hacer el mínimo ruido.
— Izan, no he tenido tiempo de disculparme — comenzó el profesor — debí ver a tiempo lo que pasó con tu madr…
— Sé que no fue culpa tuya — interrumpió el chico — ahórrate las disculpas.
Con todo lo que había pasado, Izan se olvidó por completo que podía ver y sentir el aura de los demás, y en ese momento vio la de aquel Kanahm tan turbada, que consideró injusto cargarle con más peso sobre sus hombros.
— Sé que hiciste lo que pudiste — dijo tratando de suavizar la tensión — pero dime una cosa: ¿Cómo es el lugar donde está ahora? ¿Estará bien? Necesito saberlo.
— Te garantizo que no hay lugar mejor que donde se encuentra ahora. No puedo decirte cómo es, porque el único de éste mundo que ha estado allí eres tú — respondió Adon decepcionando al joven — tú vienes de allí. Has venido a éste mundo por una razón, y sé que ella en éste momento está observándote y orgullosa de lo que vas a hacer.
— Ni yo mismo sé lo que voy a hacer, no sé ni qué soy.
— Te voy a contar una cosa que llevo guardándome miles de años, Izan — comenzaba el profesor lo que parecía que sería una larga historia — Hace mucho tiempo, tanto que ni sé contarlo tuve que despedirme de una parte de mí mismo.
— ¿La mujer del cuadro?
— Sí… Naihad, su nombre es Naihad — decía con los ojos vidriosos — antes de irse me hizo prometer que te esperaría. Que un Nahm, el primero en pisar la Tierra necesitaría mi ayuda para reunir a todas las almas de buen corazón. Me dijo que sería peligroso, y lo ha sido; me dijo que desconfiarías de mí, y lo has hecho. Hay tantas cosas que tienes que saber, Izan… déjame enseñarte, te prometo que lo haré lo mejor que pueda, déjame cumplir la promesa que le hice — suplicó Adon arrodillándose.
Izan quedó tan impactado por la reacción de su profesor, que no fue capaz de articular palabra en el momento. Sólo acertó a darle la espalda y mirando la copa de dos árboles cercanos, sintió de nuevo aquella presión en el pecho. Trató de recordar lo que le dijo en aquella ocasión la voz que oyó en sueños: su nombre, su verdadero nombre. Cerró los ojos y trató de recordar sin éxito aquel lugar del que le hablaba Adon.
— ¿Qué debemos hacer? — preguntó sin más, poniéndose en sus manos.
— Los otros Kanahm deben conocerte. Deben saber que has venido.
— ¿Los otros? — Preguntó el chico — ¿no me dijiste que sólo había tres más?
— Claire me obligó a ocultarte la verdad. Siempre hemos sido cincuenta guardianes. Existen cinco divisiones y diez Kanahm por cada división, aunque algunos de ellos decidieron exiliarse. Alicia, Claire y yo pertenecemos a la misma división.
— ¿Y los demás? — preguntó Izan reavivando su curiosidad por su maestro.
— Te contaré todos los detalles durante nuestro viaje — anunció Adon — ¿me acompañarás?
Unos segundos de silencio eran la evidencia de que el chico realmente quería saber más. Sea lo que fuere la historia que Adon se esforzaba por transmitirle, llegó a la conclusión de que sólo podría saberlo todo y creerlo, siendo testigo. Después de todo, según su profesor, él era clave para que el relato cobrase sentido, por lo que no quedaban muchas opciones.
— Dices que algunos de los Kanahm exiliaron — recordó Izan — ¿cómo piensas convencerles para volver a reunirlos para la causa?
— Sólo necesitarán verte para convencerse de que el día está próximo.
— ¿Y Sara? ¿Estará bien?
— Sara deberá volver con su familia, pero estará vigilada muy de cerca por Claire, debes estar tranquilo, lo que viste ayer en la carretera, no es nada comparado con lo que le he visto hacer a ella…
— Está bien — aceptó — iré contigo.
Los dos se abrieron camino entre los árboles cercanos, siendo observados a lo lejos por Kurt, que estaba en el porche de la casa. Pudo ver cómo una preciosa luz blanca se filtraba entre los árboles y desaparecía como el flash de una cámara fotográfica. Izan y Adon se habían ido.
— Espero de corazón que te replantees tu vida, chico — dijo Claire, que se encontraba en el umbral de la puerta.
— No sabes nada de mí, Kanahm.
— Sé lo suficiente como para decir que Gádian nunca te acercará a la felicidad. Y que él nunca podrá ganar. Tu hermano lo sabe muy bien — al oír la palabra “hermano”, Kurt se irritó bastante, pero no olvidó que estaba tratando con un ser sobrenatural, y no lo mostró — Ahora coge a tu amiga y largo de aquí. Si no os he matado ya, es por deseo de Adon.
Kurt se limitó a mirar los ojos de Claire, sin comprender el motivo por el que les dejaban ir. En ese momento, Momó, el zorrito de Alicia, salió de la casa con un par de botas en la boca. Eran las botas de Zawa, al parecer el animal también quería ver lejos a esos dos.
— Espero que la próxima vez que nos veamos, hayas aprovechado la oportunidad que te ha dado.
— No volveremos a vernos — respondió Kurt — hoy se ha terminado la vida humana en la Tierra, ¿no lo has sentido?
— ¿Cómo dices?
— Digo que el tiempo se acaba, tal como dijo mi maestro. Me dijo que pasaría tarde o temprano — decía mientras se disponía a marcharse — Por cierto, ya que has nombrado a mi hermano, quédatela y verás por qué nunca ayudaré a un Kanahm — dijo el chico tirando al suelo la agenda que le acompañaba a todas partes.
Mientras los dos se alejaban de la casa caminando, Alicia salió para acompañar a Claire y apartó cuidadosamente a Momó, que olisqueaba la agenda que el chico dejó caer, y abriendo el pequeño cuaderno, pudo leer unas palabras que le llamaron la atención.
— ¿Tú sabías esto? — preguntó Alicia.
— Sí.
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