Hacía una mañana tranquila. Las ramas de los árboles bailaban con la tenue brisa que acariciaba el cementerio. Un pequeño grupo de personas velaba una discreta tumba de granito bajo la que estaba sepultada una madre. Izan perdió su mirada en ella, mientras recordaba a aquella mujer que le había dado todo. Sara, que había pasado la noche anterior acompañándole en el hospital, no se había separado de él, y aunque fuera algo egoísta en aquel momento, estaba feliz porque Izan siguiera con vida. Muy poca gente acudió al cementerio aquella mañana; no porque no fuera una familia querida en el pueblo, ni porque nadie lo hubiese prohibido; sino por respeto al chico, un chaval que a su corta edad, había perdido a toda su familia y en aquel momento ya gozaba de la única compañía que necesitaba.
— Te esperaré a la salida — susurró Sara soltándole la mano.
Izan asintió y se quedó a solas ante la lápida de su madre.
— ¿Cómo ha podido pasar esto? — dijo Izan dejando de reprimir las lágrimas — ¿Qué pasó mamá?¿Qué te hizo?
— ¿Izan? — Dijo un hombre que se acercaba aprovechando su soledad — eres Izan ¿verdad? — repitió mientras el chico secaba sus lágrimas con la manga del traje.
— ¿Quién eres?
— Me llamo Cole, y llevo mucho tiempo buscándote — dijo aquel hombre pelirrojo de unos treinta años — lástima haber llegado tan tarde.
— ¿Qué quieres?
— No tenemos mucho tiempo Izan, así que seré breve – anunció apartando su encrespado cabello dejando ver una cara con dos grandes cicatrices: una en el ojo izquierdo y otra que le cruzaba la mejilla de arriba a abajo — Estás en peligro. Ése profesor no tardará en dar contigo y nuestra intención es llevarte a un lugar seguro donde jamás te pueda encontrar.
— Ése asesino está entre rejas.
— Te equivocas chico. Como habrás podido comprobar, él no es una persona normal, y no dudará en utilizar sus habilidades para escapar, si es que no lo ha hecho ya…
— ¿Qué quiere de mí? — preguntó Izan sin entender nada.
— Aún no lo sabemos, pero creemos que lo más seguro es que vengas con nosotros. Lamentablemente, yo no puedo explicarte de qué va todo esto, pero puedo llevarte ante alguien que sí puede hacerlo.
— No quiero saber nada — aclaró el chico — toda ésta locura ha matado a mi madre.
— La muerte no es el fin, Izan.
— No me jodas…
— Ven con nosotros Izan, él podrá enseñarte muchas cosas, podrá incluso ponerte en comunión con ella — insistía mientras señalaba la tumba de su madre — incluso estando muerta. Lo sé, yo lo he visto.
— No voy a ir a ningún sitio, loco de mierda, y ahora déjame en paz — sentenció.
— Verás Izan — dijo Cole cambiando el tono de su voz, ahora mucho más grave y amenazante — no está en tu mano elegir. Te lo diré muy claro y sólo una vez. Si quieres volver a ver a Sara con vida, vendrás ahora mismo conmigo.
— ¿Qué? — dijo Izan mientras un calambre frío recorría todo su cuerpo.
— No quería convencerte de ésta manera, pero no me queda otra opción, no sólo es tu vida o la suya las que están en juego.
Ante aquella amenaza, Izan acompaño a aquel extraño y desgarbado individuo hasta la salida del cementerio, donde había una mujer pelirroja esperando apoyada sobre el lateral de un elegante coche negro de cristales tintados.
— Izan, te presento a mi hermana Zawa.
— ¿Dónde está Sara?
— Todo a su tiempo, jovencito — dijo la mujer, abriendo la puerta trasera del vehículo y haciéndole entrar.
Una mujer que había estado por la zona en todo momento, pasando totalmente desapercibida para todos, observaba cómo el coche en el que habían metido a Izan salía rápidamente del recinto. Un pequeño zorro rojo que estaba a sus pies, se frotó con su vestido blanco que caía hasta los tobillos. La mujer, de unos treinta años fijó sus ojos verdes en el animal, que emitió un pequeño ruido al sentirse observado.
— Ya lo sé mi amor — dijo susurrando al animal — él es real.
— Parece que el destino ha acabado reuniéndonos de nuevo, Alicia — dijo Adon tras ella, que acababa de llegar al lugar.
— Ya te lo dije hace mucho tiempo — contestó ella cogiendo en brazos al zorro y volteándose para mirar a su igual — parece que después de todo Naihad tenía razón.
— ¿Le has visto?
— No ha sido necesario — respondió acariciando al pequeño animal, que jugueteaba con su cabello castaño y ondulado — Momó me lo ha dicho. Y no sólo eso.
— ¿Momó? — Preguntaba el profesor incrédulo — ¿Ese zorro?
— Los animales saben muchas cosas, Adon, sólo hay que saber escuchar. El caso es que un Nahm vive ahora entre nosotros.
— Debo ir por él.
— Sí, estoy de acuerdo. Os estaré esperando.
Cole conducía cada vez más rápido, tanto él como su hermana Zawa sabían que algo no iba bien. La noche ya caía sobre ellos e Izan sólo podía pensar en Sara y si ella realmente estaba bien. Su estado de nervios era tal, que algo ocurrió que sólo él pudo ver. Como aquella ocasión en la que se encontró con Adon por primera vez en aquel parque, el aura del chico emitió un estallido luminoso, que Zawa, cuya sensibilidad era mucho mayor que la de su hermano, pudo sentir levemente. Izan ya no sentía miedo de aquella luz, algo le hacía comprender que esa energía le ayudaba en determinadas situaciones, por lo que se mantuvo quieto, al contrario que Zawa, cuyo nerviosismo era más que evidente. Cole volvió a mirar hacia delante y siguió conduciendo por aquella autopista danesa a una velocidad mucho mayor de la permitida y adelantando a los demás vehículos como si estuviera esquivando hormigas. Izan cerró los ojos y volvió a ver el extraño universo del que fue testigo cuando los médicos le daban por muerto, aunque ahora percibía más detalles. Vio un gran suelo de cristal transparente, en el centro un árbol gigantesco cuyo tronco podía medir fácilmente cuarenta metros de diámetro. Unos ciento sesenta metros por encima de la base se alzaba la enorme copa con hojas azules, tan grandes como una persona. Las raíces atravesaban el suelo transparente, extendiéndose por un vacío rodeado de lo que parecían estrellas que aparecían y desaparecían constantemente. Izan podía verlo todo con suma claridad, en aquel lugar podía verlo todo, sin necesidad de mover sus ojos, ya que la visión era de trescientos sesenta grados. Empezó a escuchar voces de un gentío que se apresuraba yendo hacia él, pero no sintió miedo. A los pocos segundos se dio cuenta de que aquellos puntos luminosos que al principio pensó que eran estrellas, eran la fuente de aquellas voces que se acercaban. De pronto una de las luces se acercó tanto que se le adivinaba forma humana, era como un hombre hecho de luz, que en lo que sería la capa externa de la piel, se descomponía en diminutos rayos de plasma. El individuo alzó una de sus manos, y colocándose frente al chico dio un fuerte y seco golpe a un objeto que Izan no pudo ver, pero por intuición adivinó lo que era. Abrió los ojos y allí estaba aquel ser de luz, frente al coche que había detenido solo con sus manos. La colisión debió ser muy fuerte, ya que la parte delantera del coche estaba hecha pedazos, y los hermanos Cole y Zawa estaban inconscientes o tal vez muertos. Cole con la cara en el volante y Zawa con la cabeza apoyada en la ventanilla, en la que ya no había cristal. Izan volvió a mirar hacia delante, donde aquella figura seguía "mirándole".
— Sal del coche — pudo escuchar Izan dentro de su cabeza.
— ¿Adon? — dijo el chico asustado.
— Sal del coche.
Izan obedeció sin replicar. Estaba seguro de que se trataba de Adon, el color de su aura era inconfundible, pero ¿qué clase de aura era esa? Parecía más un cuerpo físico, pero hecho de luz. Nuevas preguntas surgían en su cabeza mientras trataba de salir del malogrado vehículo, apartando cristales. Al conseguirlo, Izan volvió a escuchar aquella voz en su cabeza, estaba claro que era ese hombre iluminado el que la producía.
— Ya vienen.
Izan miró a su alrededor y vio que todos los coches que se habían detenido a causa del incidente seguían ahí, al igual que sus ocupantes, que no movían ni un músculo, estaban todos como atontados mirando al frente, sin tan siquiera pestañear. Todos los coches que iban llegando, se colocaban tras el que tenían delante, y ahí se quedaban quietos e hipnotizados. De entre todos los coches, cuyos faros estaban encendidos a causa de la noche cerrada, empezaron a surgir siluetas negras sin rostro pero con una boca enorme. Parecían sombras de humanos muy altos y delgados. Todos ellos avanzaban hacia ellos lentamente y emitiendo unos sonidos chirriantes que provocaban intensos dolores de cabeza. Aquellos seres oscuros les rodearon en un estrecho círculo mientras el aura de Adon se debilitaba, perdiendo intensidad y sufriendo una especie de interferencias, que hacían que se le viera como un tubo fluorescente gastado y parpadeante.
— Mantén la calma — oyó Izan en su cabeza — no pueden hacerte daño.
El aura de Adon ya había desaparecido por completo, dejando al chico solo mientras dos de aquellas sombras se acercaban al coche siniestrado en el que aún se encontraban Cole y Zawa. Uno de ellos extendió su enorme mano igualmente oscura hacia los dos hermanos que habían recuperado la consciencia. Cole tomó la mano de su hermana mientras Izan podía ver como se retorcía de dolor rodeado de algo similar a un aura, pero negra y hecha de sombras en lugar de luz. A los pocos segundos Cole yacía sin vida junto a Zawa, que lloraba desconsoladamente y apretaba la mano del cadáver del que fuera su hermano.
— ¡Para! — gritó Izan provocando que aquel monstruo tornara su cara sin rostro hacia él.
Zawa, aun atrapada en los restos del vehículo, miró fijamente al chico, que empezaba a generar un aura tan potente que incluso ella podía ver, una luz que le hizo sentir a salvo y con esperanza.
— ¡Nahm, Nahm, Nahm! — pronunciaba aquel ser hecho de sombra con una voz gutural aterradora, a la que poco a poco se iban sumando las voces de las otras sombras mientras se acercaban al chico como depredadores, ignorando a Zawa.
El aura de izan se hizo tan intensa y grande, que era complicado ver el entorno, por suerte las sombras dejaron de avanzar y se comportaban como si aquella luz fuera insoportable para ellos. Sin embargo Izan comprobó que mantener aquello le iba a suponer un gran esfuerzo y mientras seguía brotando aquella energía de su cuerpo, varias de las sombras simplemente desaparecieron y el chico tuvo una sensación muy familiar, aquella energía no brotaba simplemente de él, sino que era parte de su cuerpo, y en aquel difícil momento le vino a la mente un recuerdo borroso en el que se despedía, no sabía de quiénes, pero eran importantes. Izan escuchó anteriormente del propio Adon, que tenía una misión en la Tierra, y aunque no entendía nada de lo que estaba sucediendo, asumió que todo formaba parte de esa misión y dejó las preguntas para más tarde. La potente energía que generaba, totalmente descontrolada y caótica, hacía que aquellas sombras retrocediesen, pero no se marchaban y no parecían recibir daño alguno, por lo que Izan tomó la iniciativa de acercarse a la puerta del copiloto y liberar a Zawa de su prisión de hierro. La chica estaba asustada, el aura de Izan cada vez era más débil, y ninguno de los dos sabía lo que iba a pasar cuando el chico estuviera tan agotado como para dejar de emanarla.
— ¡Izan! — gritó Adon, que debía estar en algún lugar detrás de la masa de sombras que les separaba.
Acompañado de un sonido similar a un chasquido eléctrico, Adon saltó muy por encima de las sombras, trazando una parábola casi semicircular, y cuando se situó justo encima de ellos, a unos treinta metros de altura, liberó su aura con una explosión que fue tomando la forma de un tubo azulado y luminoso que protegía a Izan y Zawa, dejándolos fuera del alcance de las peligrosas sombras que les acechaban. Adon entonces tenía vía libre para actuar sin que la vida de ninguno de los dos corriera peligro. Aterrizó de pie y sin esfuerzo, miró al chico a través de las sombras que había entre ellos, y transmitió un mensaje al chico que le miraba impresionado.
— Déjalo ya, Izan — ordenó Adon – estáis a salvo.
— De acuerdo.
Izan dejó de emitir aquella desordenada energía y se limitó a observar a su maestro, que seguía frente a todas aquellas sombras amenazantes. Una de ellas, empezó a caminar hacia él, abriendo una gigantesca boca y ruidos que no podían identificarse con los de ningún animal. Adon esperó con los ojos cerrados a que estuviese lo suficientemente cerca, permitiendo que aquella criatura situase su bocaza a apenas unos centímetros de su cara. Fue entonces cuando el maestro de filosofía abrió unos ojos cuya pupila brillaba tanto o más que la estrella más luminosa del cielo nocturno que les cubría. Con un movimiento tan rápido como un flash fotográfico, agarró con ambas manos la deforme cabeza de la sombra, que aparentemente estaba hecha de algún tipo de material que Adon podía tocar. El profesor liberaba energía con sus manos mientras apretaba con sus dedos la cabeza de su adversario, hasta que éste se desvaneció en una nube de humo negro. El resto de sombras que hasta ese momento sólo eran espectadores silenciosos de aquel espectáculo, se lanzaron en masa contra Adon, que ya estaba preparado para recibir el ataque. Según se acercaban, el profesor libero una pequeña parte de su aura, a la que le dio la forma de una especie de arma que prolongaba su brazo derecho, y con ella, iba golpeando a todos los individuos que pretendían tocarle. En contacto con aquella “espada” hecha de luz similar a los rayos de una tormenta eléctrica, las sombras simplemente se desvanecían. En el interior de aquel tubo de cristal luminoso, Izan y Zawa asistían perplejos a aquella espectacular escena, en la que lo que parecía ser un hombre normal hubiera sido calificado como un dios en muchas culturas. El número de sombras era cada vez menor pero estaban arrinconando a su enemigo peligrosamente cerca de los coches en los que había gente, por lo que Adon hizo que la espada luminosa desapareciera en un destello azul, que fue cubriendo el cuerpo del profesor como si fuera una membrana protectora. Mientras se alejaba de los coches, las sombras le atacaban constantemente sin darle un respiro, pero al no tener el arma, Adon no se deshacía de ellas, simplemente bloqueaba sus ataques ayudado por la extraña membrana o los esquivaba con acrobacias dignas del mejor de los atletas. En uno de los saltos que se vio obligado a dar, para elevarse en el aire y tener una perspectiva del número de sombras que restaban, la membrana azulada que cubría su cuerpo se deslizó hacia sus manos, desde las cuales salió proyectada hacia el suelo rápidamente, explotando en contacto con el asfalto y eliminando cerca de veinte sombras que dejaron un hueco entre la multitud lo suficientemente grande como para aterrizar sin problemas, y al hacerlo, volvió a “desenfundar” su espada y continuó cargando contra aquellas abominaciones.
— Es increíble — dijo Zawa admirando al profesor — me habían hablado del poder de los Kanahm, pero nunca creí que vería uno con mis propios ojos.
— Yo hasta hace unos días no sabía ni de su existencia — añadió Izan sin apartar la mirada de Adon, que seguía luchando.
El escudo en el que estaban empezaba a debilitarse, o al menos eso es lo que imaginaba Izan al verlo parpadear de cuando en cuando, normalmente cuando el profesor recibía algún golpe. Las sombras no paraban de emitir aquellos desagradables gruñidos antes de abalanzarse sobre Adon, que ya empezaba a cansarse. Apenas quedaban diez monstruos en pie, acechando como si Adon fuera su presa, con sus enormes bocas abiertas y oscuras, tanto o más que sus cuerpos. Adon era plenamente consciente de que su próximo movimiento sería el último aquella noche, ya que el agotamiento le estaba derrotando. El escudo que protegía a Izan y Zawa se desvaneció por completo, pero las sombras estaban demasiado centradas en Adon como para darse cuenta. El profesor se arrodillo sobre el suelo, viendo como aquellos horrores le rodeaban amenazantes. Agachó la cabeza dirigiendo su mirada al asfalto mientras una esfera tan delgada como una burbuja de jabón de color azulada brillante, se iba dibujando alrededor de su cuerpo cubierto de marcas negras, causadas por los impactos de aquellos seres.
— Tu nombre — dijo Adon casi susurrando y jadeando.
Una serie de palabras extrañas y guturales fueron la respuesta. Unas palabras que solo Adon pudo comprender.
— ¡Dime tu maldito nombre! – gritó entonces desesperado y haciendo explotar la burbuja que le rodeaba, desintegrando totalmente al resto de sombras entre alaridos que parecían salir del mismo infierno.
Tan sólo uno de ellos quedó en pie, el más grande de todos, muy deteriorado y débil, pero capaz de caminar y acercándose a Adon formuló las palabras que el profesor llevaba mucho tiempo temiendo escuchar.
— Recuerda mi nombre, Kanahm – advertía la gutural voz inhumana – es el nombre que todos aclamarán cuando el cielo se les venga encima. Soy Gádian y tu mundo antiguo y cruel comienza a desvanecerse desde los cimientos. Y cuando lo haga estaremos preparados para exterminar cualquier recuerdo de los tuyos sobre la faz de la Tierra. Recuerda siempre que antes del amanecer, el sol ha de ponerse y dejar que la oscuridad inunde el mundo por completo. La primera señal está cerca. Nuestro amanecer es inminente.
Después de aquellas palabras la gran sombra se desvaneció dando paso a un silencio sepulcral en aquella autopista danesa. Adon seguía arrodillado en el suelo jadeando agotado y volvió la cara hacia uno de los vehículos que había detenidos, desde el que la agente Nielsen había presenciado toda la escena tan hipnotizada como el resto de las personas que había en el interior de sus coches, algunos de ellos ya despertando desorientados y sin saber qué había pasado. Era el momento de irse cuanto antes, pero Adon estaba demasiado agotado como para tomar la iniciativa y fue su alumno el que le ayudó a levantarse y caminar a duras penas hasta el coche que aquella agente de policía había robado unas horas antes.
— Tú vienes con nosotros – ordenó Adon a una impresionada Zawa, que obviamente después de haber presenciado aquello, no se planteó oponer resistencia – nos llevarás hasta Sara y los que la tienen retenida.
— ¿Qué obtendré si lo hago?
— La gratitud de un Kanahm.
— ¿Izan? – dijo una voz familiar tras los vehículos que aún estaba detenidos sobre el asfalto.
El joven buscó con la mirada a su amiga, que estaba acompañada de un chico muy serio al que no conocía, con el que ya tenía una enorme deuda al haberla traído hasta allí.
— Sabía que no eras de fiar – susurró Zawa, que a pesar de haber hablado a un volumen tan bajo, fue lo suficiente como para que aquellas palabras llegasen a los oídos de Kurt, mientras la chica corría a los brazos de Izan.
Los dos se fundieron en un amistoso abrazo, que ahorró unas cuantas palabras que en aquel momento sobraban, pero se sentían.
— ¿Quién eres tú, chico? – preguntó Adon, reservándose la confianza.
— Mi nombre es Kurt – comenzó el sospechoso joven – tengo información importante sobre la orden de Gádian.
Los doce sirvientes de confianza de Gádian, o acólitos, como se autodenominaban, esperaban ansiosos a las puertas del salón privado de su maestro, en el que hace unos instantes se podía escuchar un verdadero escándalo que dio paso a un silencio preocupante. Por orden del mismo Gádian, nadie podía entrar en aquella instancia, sin importar el motivo, por lo que los acólitos estaban acongojados esperando noticias de su maestro. Un fuerte golpe de algo cayendo al suelo alertó de nuevo al grupo.
— Se acabó – se adelantó un hombre rubio de unos cincuenta años, ataviado con un traje negro, al igual que sus compañeros – voy a entrar.
— Son sus órdenes – respondía una mujer.
— Podría necesitar nuestra ayuda, yo voy a entrar.
Aquel acólito rebelde estaba decidido. Ya que la cerradura de la puerta bloqueaba el acceso, derribó la misma de una patada y se adentró por un pasillo que conducía a unas escaleras excavadas en la roca. Los sonidos agonizantes de Gádian retumbaban en las paredes, lo que provocó que el sirviente apretara el paso por las escaleras, hasta que llegó a un espacio circular también de piedra adornada con una gran chimenea. En el centro de aquella sala halló la figura de un hombre enorme tirado en el suelo procurando moverse a rastras hacia un sillón de terciopelo rojo.
— ¡Maestro! – exclamó el acolito corriendo a socorrerle.
Al darle la vuelta para ver su rostro, no pudo creer lo que vio. Su maestro en lugar de su habitual rostro pálido, solo tenía una gran boca deforme que ocupaba la mitad inferior de la cabeza. Se podían apreciar dos pequeños ojos que expulsaban un pigmento de color negro similar a la tinta china.
— ¡Maestro, responda! – clamaba el hombre — ¿Qué le ha ocurrido?
Con mucho esfuerzo, consiguió acomodarle en el sillón y echando un vistazo a la gran chimenea, se quedó boquiabierto cuando vio innumerables figuras oscuras encerradas tras una membrana transparente que no podían traspasar. Parecía que estuviesen sufriendo allá donde estuvieran.
— ¿Los ves? – dijo Gádian con mucha dificultad – todos ellos osaron desobedecer a su maestro.
— ¿Son personas?
— No – aseguró el gigante – ya no.
Antes de que el acólito pudiera hacer más preguntas, casi sin darse cuenta, su cabeza fue cercenada del resto del cuerpo con un corte tan limpio como el de un bisturí. Tan sólo unos cinco segundos fue el tiempo que se mantuvo consciente hasta que su alma se unió a tantas otras en el interior de aquella chimenea. Los once sirvientes restantes aguardaban en silencio en la puerta donde despidieron a su compañero, unos más estresados que otros, pero todos preocupados por su maestro y el origen de aquellos gritos. El sonido de unos pasos tras la entrada les puso en alerta.
— Ya viene – anunció una mujer delgada con el pelo negro recogido en una trenza – no le habrá hecho ninguna gracia la intromisión de ese idiota.
— Cierto – respondió un hombre bajito y con canas también trajeado – espero que el correctivo que le aplique el maestro no nos afecte al resto.
Los once acólitos sintieron hervir la sangre del miedo al ver aparecer en el umbral de la puerta a Gádian portando en su mano izquierda, la cabeza del sirviente, agarrada por el pelo rubio.
— Preparad el salón de audiencias – ordenó el gigante sin añadir nada más.
Ninguno de sus acólitos se atrevió a hablar sobre su compañero asesinado, y acataron la orden al pie de la letra. Algunos de ellos, incluso sintieron aquella orden como un anuncio de que algo grande iba a suceder. Simpatizantes de la orden de Gádian de todo el mundo se habían congregado en la Cuna para una convención en la que serían revelados los objetivos próximos de la organización, y aunque muchos veían arriesgado una reunión de aquellas características (entre ellos Zawa) por las posibles filtraciones a la opinión pública, algo había ocurrido para que su líder quisiera adelantar el encuentro.
Apenas unas horas después de que Gádian saliera de su reclusión en su sala privada, el salón de audiencias de la Cuna, un gigantesco anfiteatro cuyo acceso estaba ubicado en la sexta planta del complejo, ya estaba preparado. Se trataba de una enorme construcción excavada en la roca, con una plaza elíptica rodeada de gradas que recordaban a los grandes anfiteatros romanos. Más de cincuenta mil personas de las más influyentes de la orden aguardaban expectantes, además de otras muchas que iban a seguir el evento a través de unos improvisados altavoces que emitirían el mensaje del líder por todo el complejo. Una figura ataviada con unas carismáticas vestiduras negras hizo acto de presencia en el centro de la plaza, subiendo a un estrado metálico circular instalado sobre el suelo de piedra. El silencio se apoderó del anfiteatro, una mezcla de respeto y miedo callaba a los asistentes.
— ¡Hermanos! – gritó Gádian, ante lo que la muchedumbre estalló con gritos y júbilo hasta que volvió a alzar la voz — ¡Se acerca el momento del que habéis oído tanto tiempo hablar! ¡Hace unos días enviamos un equipo al continente para confirmar lo que sólo intuíamos! – Anunciaba exhibiendo la cabeza de su acólito que aún llevaba en su mano, mientras el público se mantenía ávido de información y algunos se horrorizaban ante aquella imagen — ¡Un Kanahm les atacó, poniendo fin a la tregua de miles de años entre el Empíreo y la Tierra!
Gestos de indignación eran protagonistas entre el gentío, además de algún improperio gritado por los más fanáticos de los asistentes. Muchos murmuraban entre ellos, algunos con cierta preocupación, ya que el ataque por parte de un enviado del Empíreo no era algo que se tomara a la ligera.
— Pero una cosa os digo, hermanos – continuaba Gádian – debemos recibir esta noticia con agrado, pues ha llegado el momento de hacer justicia con nuestros hermanos olvidados, aquellos que en la preexistencia fueron obligados a vagar eternamente por el mundo como espíritus errantes que nunca tendrán la oportunidad de avanzar en ésta existencia de la que todos deberíamos gozar. Pero esta noche las cosas van a cambiar para ellos…
De nuevo el silencio se apoderó del anfiteatro, ésta vez envuelto en un halo de misterio que se mantuvo unos segundos. La gente murmuraba observando cómo su líder alzaba las manos haciendo gala de un poder nada cuestionable. Varios haces de luz provenientes de unos focos instalados en las gradas se centraron sobre él haciendo que aquello pareciese un espectáculo diseñado para engrandecer a Gádian, al que muchos de los asistentes, consideraban el verdadero enviado divino que liberaría al ser humano y le mostraría la verdad.
— Nos han llegado ciertas señales claras que indican que el momento está próximo: Catástrofes naturales, guerras sin sentido, ahora es el miedo y el odio lo que mueve el mundo de los humanos, vuestro mundo. Pero la señal más evidente es la que ayer pudimos constatar: el Empíreo por fin ha soltado a sus bestias – proseguía con las manos alzadas – nos toca soltar a las nuestras.
Dos grandes portones que había bajo el palco más grande de las gradas, el que solía estar destinado a Gádian en algunos de los espectáculos que allí se celebraban, comenzaron a abrirse hacia arriba, dejando ver los pies blanquecinos de unos seres que parecían humanos, que esperaron a que las grandes puertas de acero se abriesen por completo para ocupar la arena rodeando a su maestro y deteniéndose formando líneas perfectas. Su aspecto andrógino inspiraba una mezcla de sentimientos entre miedo y grandeza, por el tamaño desproporcionado con respecto a una persona normal. Esperaban una simple mirada de Gádian.
— Nos toca, hermanos – pronunció el líder.
El anfiteatro estalló en gritos, aplausos y vítores por aquella exhibición, que aunque algo improvisada a causa del adelanto, cumplió muy eficazmente su propósito: mostrar todo el poder de la llamada Orden de Gádian.
Me tienes desubicada con Kurt... no me puedes pasar un adelanto?? :-(
ResponderEliminarEn el sexto se sabra mas sobre Kurt... Paciencia jejeje es un poco bipolar
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