Habían pasado dos semanas desde el incidente con su nuevo profesor, y todo parecía normal. Como cualquier otra mañana, Izan devoro el desayuno que su madre le había dejado preparado antes de ir al trabajo y tenía la hora justa para llegar a tiempo al instituto, pero eso no le impidió encender la televisión.
— Tenemos nuevos datos del presunto asesino en serie que tiene atemorizado al municipio de Horsholm, al norte de la capital — narraba una atractiva reportera del canal 6.
Con un gesto de indiferencia, el chico apagó de nuevo el aparato, cansado del dichoso delincuente, pues durante la última semana no se habló de otra cosa. Siempre llamaba mucho la atención la alta ineficacia policial frente a un convicto escurridizo.
Sin otra excusa que le obligara a llegar tarde, Izan cargó su mochila, adornada con chapas de grupos musicales, y salió por la puerta, olvidando (como era habitual) las llaves. Apenas dio unos cuantos pasos cuando notó la vibración de su móvil en el bolsillo. En la pantalla aparecía una foto de Sara, una chica con la que prácticamente se había criado, pues iban juntos a clase desde los cuatro años. No le apetecía en absoluto hablar con ella en ese momento, pero no le quedaba otra opción.
— ¿Dígame? — atendió desganado.
— ¿Se puede saber dónde estás? — dijo ella al otro lado del teléfono.
— Estoy llegando al instituto — respondió Izan algo alarmado por el tono de su amiga.
— En cinco minutos el señor Beckert cerrará la puerta — aclaró la chica — recuerdas que hoy hay un examen ¿verdad?
Izan se quedó pensando unos segundos.
— Joder — se limitó a pronunciar.
— Ya te vale, suerte cielo te espero aquí — aunque era costumbre de la muchacha utilizar esa palabra con todo el mundo, a Izan siempre le sonrojaba (tal vez porque aquello le resultase gracioso a la joven, con Izan la empleaba muy a menudo).
Al colgar el teléfono, Izan convirtió el camino hacia el instituto en una carrera de obstáculos. Había preparado concienzudamente aquel examen y no estaba dispuesto a echar todo el esfuerzo a perder por un retraso. Chocó con varias personas al intentar esquivarlas, lo que le sirvió para recibir todo tipo de improperios por parte de los transeúntes, pese a la ejemplar educación de la sociedad danesa. Empapado de sudor llegó hasta el patio de acceso al centro, de césped natural muy bien cuidado y en el que no había ni una sola persona, a excepción del jardinero, que cortaba una zona del campo. Sobre la puerta de aquel edificio había un gran reloj que no auguraba nada bueno para aquel rezagado. A sus dos semanas como profesor, Adon Beckert se había ganado el mote de “Clock”, por su extrema puntualidad (así como su voluntad de no dejar pasar a nadie al aula pasados los cinco minutos de rigor). En ese momento, el cerebro de Izan podría decirse que comenzó a funcionar al cien por cien para inventar una creíble historia que justificara su retraso y poder repetir el examen más adelante, pero lógicamente tuvo que esperar frente a la puerta de la clase. Tan solo una persona vio en el pasillo al chico durante los cuarenta y cinco eternos minutos que tuvo que esperar, y por supuesto Murphy hizo que esa persona fuese el director, que sin mediar palabra hizo un gesto con la mano para que Izan le acompañase al despacho, situado al fondo del largo corredor.
El señor Skubbet, un hombre grueso, de cabello gris y un denso bigote perfectamente recortado, siempre trajeado, director del centro desde hacía más de treinta años, caminaba rápidamente hacia la puerta del despacho. Al llegar sacó de su cartera de piel de becerro, un manojo de llaves que más parecían de un hotel, que de un centro escolar. Abrió la puerta e hizo pasar con un gesto al chico, que ya había dado por perdida la confección de su excusa.
— Siéntate por favor — dijo el director, con su voz ronca de fumador.
Izan obedeció y se sentó en una de las dos sillas rojas que había tras la mesa del despacho, sobrecargado de muebles, entre los que destacaban dos librerías de madera de pino llenas de libros ordenados alfabéticamente, a juego con la mesa frente a la cual estaba el chico aguardando la reprimenda de aquel hombre.
— ¿Qué ha pasado con el señor Beckert? — preguntó.
— Nada — respondía Izan extrañado por el comienzo de la conversación — simplemente me he despistado, no recordaba que había un examen.
— No me refería a eso — aclaró Skubbet ante la sorpresa del chaval — la semana pasada, el nuevo profesor me advirtió a mí y a los demás profesores en una reunión de que eres el único de sus alumnos que no ha intercambiado ni una sola palabra con él, ni siquiera cuando te anima a participar en la clase.
Aquellas palabras descolocaron al chico. Izan tomó la decisión de olvidar el incidente del parque y no hablar con nadie del asunto, pero en su cabeza estaba demasiado reciente y no veía con buenos ojos a un hombre, que a su juicio había vuelto literalmente de entre los muertos. ¿Recordaría aquel extraño profesor lo sucedido aquella noche?, y si así fuera, ¿que pretendía con aquellas palabras dirigidas a sus profesores?
— No sé, director, tal vez no se haya dado la oportunidad de intercambiar unas palabras con él — mintió Izan.
— Izan, sé que eres un chico sociable y educado con tus profesores — declaró Skubbet — encárgate de que el nuevo profesor te vea con los mismos ojos que los demás.
— Descuide, lo haré — respondió el chico — hoy mismo hablare con él.
— me alegro, Izan — zanjó el director con una amplia sonrisa que dejaba ver unos estropeados dientes — por cierto, espero que puedas recuperar ese examen lo antes posible.
— Y yo, gracias.
Izan abandonó aquel despacho, extrañado por la situación. ¿Desde cuándo el simple hecho de no hablar con un profesor era un problema como para ser necesaria aquella conversación? Estaba claro para el chico que lo que le había transmitido el señor Skubbet era una verdad a medias. Durante esas dos semanas había evitado cruzar palabras con aquel profesor debido a lo ocurrido aquel día en el parque, pero le intrigaban las razones por las que aquel extraño hombre había dicho aquello al resto de maestros, sabiendo que Izan podía explicar lo que el entendió que sucedió esa noche. El hecho de que un profesor en plena noche agreda con un placaje a uno de sus alumnos, naturalmente no estaba bien visto, y bajo el punto de vista del joven, fue lo que pasó, añadiendo el extraño hecho de que pareciese estar muerto, cosa que evidentemente no podía ser.
— Izan - dijo Sara, sacando al chico de sus pensamientos — ¿Qué hacías en el despacho de mi padre?
— Nada, me vio en el pasillo, y bueno — intentó explicar mientras advertía la salida de Adon Beckert por la puerta del aula - luego hablamos ¿vale? — añadió dejando a su amiga con la palabra en la boca y extrañada.
Decidido, el joven se dirigió directamente a su nuevo profesor, apartando educadamente a sus compañeros que salían en tropel de la clase.
— ¡Buenas tardes! — saludo primero Adon — Izan, ¿verdad?
— Si — respondió el chico contrariado por la efusividad del maestro — me preguntaba si tendría un momento para hablar de mi retraso de hoy — mintió.
— Me parece bien, a las cinco y media me quedo libre — aclaró el profesor — si te viene bien nos vemos en mi despacho, y hablamos del retraso y de lo que quieras - esas últimas palabras, las pronunció con un tono sarcástico, que Izan reconoció al instante, estaba claro que Adon recordaba todo lo sucedido dos semanas atrás y eso facilitaría la conversación que tendrían aquella tarde.
— Bien - dijo el chico con media sonrisa — nos vemos por la tarde y mis disculpas por el retraso, "Clock" — zanjó también sarcástico.
Un chico vagando por unas oscuras calles de la ciudad alemana de Dresde, sin rumbo; las nubes ocultando la luna llena a ratos, ladridos de perros callejeros y culpa en el corazón de un joven atormentado, además de otras imágenes inconexas que Kurt no sabía interpretar y que culminaban con la figura de un hombre que se ganó la confianza del joven desde aquella fatídica noche. Todo producto de un sueño repetitivo del que despertó acelerado y sudoroso. Aquel incómodo sofá era una máquina de tortura medieval, pero le permitió descansar unas horas en una pequeña habitación de un motel del centro de Madrid, donde se alojaba con la joven Chris y a la que le había cedido caballerosamente la cama. Serían las cinco de la madrugada cuando se levantó y después de cojear por un calambre en su pierna izquierda, echo un vistazo a través de la ventana, apartando un viejo visillo. La calle estaba en calma, ni un solo ruido. Nada que hiciera sospechar lo que estaba a punto de ocurrir. Un pequeño chasquido en el picaporte de la puerta de acceso a la habitación llamó la atención de Kurt, y al volverse hacia el origen del pequeño ruido, pudo ver la sombra de dos pies que proyectaba la luz del pasillo, permanentemente encendida. Haciendo el mínimo ruido posible, el chico fue hacia la cama, tapando con su mano la boca de Chris, que despertó alarmada. Después de hacerle un gesto con la mano para que la chica le siguiera, advirtió el movimiento que empezaba a experimentar el picaporte.
— ¿Qué pasa? — susurró Chris asustada.
— Cállate — respondió Kurt, también susurrando — Ven conmigo y no hagas preguntas, solo lo diré una vez.
Ante la tajante orden de su compañero, la chica asintió sin más. Unos minutos antes, Kurt pudo ver un espacio en el alféizar de la ventana lo suficientemente ancho como para permanecer escondidos mientras el intruso registraba la habitación, cosa que seguro iba a pasar. Por tanto, el chico abrió la ventana y ambos salieron por ella, y posteriormente la entornó, dejándola casi cerrada y permaneciendo en pie sobre el alféizar. Finalmente la puerta se abrió dejando pasar a tres individuos vestidos enteramente de negro y encapuchados.
— Mierda, dijo Kurt entre dientes.
— ¿Qué? — respondió Chris nerviosa — ¿qué pasa?
— El maletín.
Con la tensión del momento, el chico olvidó por completo el maletín, que seguía bajo la cama, donde lo ocultó Chris al llegar al motel. Los tres encapuchados, al comprobar que no había nadie en la habitación, empezaron a registrarla, abriendo cajones y armarios. Era cuestión de tiempo que alguno de ellos se asomara bajo la cama. Uno de ellos, al ver la ventana entornada, fue hacia ella y aprovechó para abrirla por completo y asomarse, dandole la oportunidad perfecta a Kurt para agarrarle por la nuca y lanzarle al vacío desde aquel cuarto piso. Al oír el grito de su compañera, los otros dos individuos corrieron hacia la ventana, por la que ya habían entrado Kurt y Chris de nuevo a la habitación, pistola en mano. Un disparo para cada uno le bastó a Kurt para deshacerse de ellos.
— Rápido — ordenó el joven — hay que irse — añadió cogiendo un trozo de papel que había sobre la mesa, en el cual había escrito todo lo que pudo escuchar en el contestador del dueño de la mansión donde se suponía que deberían haber hecho la entrega.
Mientras Chris cogía el maletín, las luces azules de un coche de policía se colaron por la ventana, aún abierta. Sin perder más tiempo, los dos jóvenes salieron de la habitación. En el pasillo encontraron a un hombre de unos sesenta años calvo por la coronilla y que debía hospedarse en la habitación de en frente, que salió alertado por los disparos, en pijama y aún medio dormido.
— Chavales, ¿habéis oído eso? — dijo el señor, preocupado, antes de advertir con la mirada a través del quicio de la puerta los dos cadáveres que había en el suelo, encharcado de sangre.
Kurt notó enseguida la reacción de temor de aquel hombre, y agarrándole por la cabeza, le metió a la fuerza en su habitación, ya que necesitaban esconderse, y salir por la puerta, no era una opción. El hombre intento zafarse sin éxito del ataque, y comenzó a respirar aceleradamente, Chris cerró despacio la puerta de la habitación justo cuando dos parejas de policías, aparecieron en el pasillo, enviados por el recepcionista, qué también oyó los disparos. Kurt, tapando aún la boca del atemorizado caballero, chistó para que guardara silencio, mientras la chica le encañonaba con el arma. Dos sonoros toques en la puerta sobresaltaron a Chris, que hizo temblar la pistola.
— ¡Policía, abra la puerta! — exclamó uno de los agentes.
Lógicamente, habrían visto ya los dos cuerpos en la habitación, además del otro en la calle, al cual Kurt empujó. Los agentes llamarían a todas las habitaciones ocupadas.
— ¿Cómo se llama? — preguntó Kurt susurrando.
— Simón - contestó el señor titubeando — por favor no me mate... Mi... Mi familia...
— No le haré daño si me hace caso — propuso el chico convincentemente — Todo esta en orden — ordenó el chico, mirando fijamente al hombre, empapado en sudor — pensó que eran petardos en la calle, estaba dormido, ¿De acuerdo?
El señor asintió, temblando de pánico, y lentamente, Kurt le soltó mientras se escondía detrás de la puerta y Chris, con la sangre helada hacía lo propio tras la cama, empuñando aún la pistola, mientras el agente insistía con sus golpes a la puerta.
— Buenas noches, ¿ocurre algo? — dijo el hombre, con las piernas temblando.
— Buenas noches caballero — saludaba extrañado por el gesto su interlocutor — ¿no ha oído nada extraño?
— ¿Extraño? — respondió Simón — tengo el sueño muy profundo, de ahí que haya tardado tanto en atenderles — añadió riendo falsamente.
— ¿Podríamos registrar la habitación? — sugirió el segundo policía, que no había creído ni una sola palabra.
Simón comenzó a sollozar como un niño, y Kurt a pensar que fue un error esconderse en esa habitación.
— ¡Me tienen retenido! — gritó el hombre tratando de huir de la habitación, abalanzándose sobre los agentes, que al pensar que iban a recibir un ataque, desenfundaron su pistola, uno de ellos disparándola, hiriendo a Simón en el vientre, que se desplomó en el acto.
Chris salió de su escondite aprovechando la confusión de los dos policías, disparando a ambos en la cabeza.
— Habrá más abajo — dijo Kurt — ¿Estás lista?
— ¿Lo estás tú? — respondió irónica ella — que yo sepa, la orden nunca deja testigos - añadió señalando a Simón con su mirada.
— Ayúdame — dijo el hombre, que seguía con vida, sobre un charco de sangre — mi familia...
Kurt, mirando fijamente a Chris, ofendido por tal comentario, tragó saliva, apretó los dientes, encañonó a Simón y contestó a su compañera.
— La orden de Gádian nunca deja testigos — pronunció antes de disparar — su deber es iluminar al mundo con la verdad. El verdadero sentido de la vida, y ser la voz de los que no pueden vivirla.
Chris se quedó pensando en aquellas palabras. Kurt sabía que aquella chica no conocía todas las pretensiones de la organización para la que trabajaba, él desde luego tampoco, pero se hacía una idea bastante aproximada.
— Vámonos — dijo Chris antes de que un sonido de un teléfono sorprendiera a ambos.
La chica sacó un móvil de algún bolsillo en su ropa, y contestó.
— Christine — dijo para identificarse — si, entendido — añadió colgando el aparato y volviéndolo a guardar.
— ¿Tienes un contacto? — se extrañó Kurt.
— Hay un coche esperándonos abajo — respondió ella — el camino está despejado.
Frente a la puerta del hotel, había un coche negro y elegante, con los cristales tintados, y en su interior, el hombre que el día anterior destrozaba una obra musical en el parque del Retiro, con la vista al frente y sin mover un músculo, preparado para cuando llegasen sus pasajeros, que ya abrían la puerta para entrar en el vehículo.
— ¿Qué haces tú aquí? — preguntó Kurt extrañado.
— La pregunta es, ¿qué sería de vosotros si no hubiera estado? — respondió irónico y sonriendo — ¿Tienes el maletín?
— Sí, pero no pude entregarlo, alguien dio con su dueño antes que nosotros.
— ¿A dónde vamos? — preguntó Chris.
— Plan B — se limitó a decir el maloliente chófer — las cosas se están poniendo muy feas por aquí, y lo que lleváis corre peligro en un lugar como éste.
— ¿Plan B? — Kurt no creía ninguna palabra que proviniera de él.
— Vamos al aeropuerto — explicó — embarcaréis en un vuelo con destino Nuuk, Groenlandia.
— ¿Nuuk? – preguntó Kurt extrañado — ¿Qué demonios hay allí?
Hubo unos segundos de silencio, mientras el chófer colocaba el espejo retrovisor interior, de modo que pudiera mirar al chico a los ojos.
— Esos tipos que entraron en vuestra habitación, no eran lobos solitarios — anunció con vos amenazante — pertenecen a una especie de ejército dispersado por todo el mundo cuyo objetivo es la orden de Gádian. Nos quieren muertos, es todo lo que sé.
— ¿Y el hecho de irnos a Groenlandia va a cambiar eso?
— A vosotros os puede partir un rayo, pero el contenido del maletín es de suma importancia para el jefe, y por alguna razón que no llego a entender, está muy interesado en que seas tú el que se lo entregue.
— ¿Y yo? — preguntó Chris sintiéndose fuera de lugar.
— De la orden de Gádian no se sale — aclaró el chófer — ya te buscarán un cometido. Por el momento, compartiréis hogar con el mismísimo Gádian…
— ¿La Cuna? — dijo Kurt sorprendido — ¿La Cuna está en Nuuk?
— No está lejos de Nuuk — es un buen sitio para esconder la sede central de la Orden.
Adon se encontraba en su despacho de aquel instituto danés, inmerso en sus pensamientos, mientras dibujaba con gran maestría en un lienzo y con un trozo de carboncillo el rostro de una mujer, cuando la puerta se abrió dando paso a Izan, un chico que resultaba muy interesante para el profesor.
— Buenas tardes — saludó el joven.
— Hola Izan, siéntate por favor — respondió Adon, dejando los útiles de dibujo en el caballete sobre el que descansaba el lienzo.
El chico obedeció y tomó asiento en una butaca que había frente a la mesa tras la que se sentó el maestro. Durante unos tensos segundos, ambos se miraron a los ojos, sin decir una palabra, Izan esperando la conversación, Adon analizando al joven con una profunda mirada a sus ojos verdes.
— Bien — comenzó el maestro — cuéntame.
— ¿Qué le cuente? — respondió Izan extrañado — es usted el que me tiene que contar a mi.
— Supongo que no sabes lo que ocurrió aquel día.
— Claro que lo sé — contestó el chico alzando la voz — usted vino corriendo hacia mí, tirándome al suelo.
— ¿Un té? — preguntó Adon omitiendo la respuesta de su alumno y levantándose de su silla y cogiendo dos tazas que había junto a una cafetera sobre una cajonera, ante la atónita mirada de Izan.
— ¿Me está escuchando? — preguntó irritado.
— ¿Qué viste aquella noche? — respondió con otra pregunta el profesor, mas tranquilo y serio.
— Vi una luz cuando estaba en el suelo — dijo Izan casi susurrando, recordando ese detalle que en un principio pasó por alto.
En ese momento el chico quedó pensativo durante un momento, en el que pudo recordar aquel destello blanco, que iluminó el camino y los arboles que lo rodeaban, reconfortándole con una cálida sensación de tranquilidad y total ausencia de dolor. Aquella luz no era algo normal, e intuyó que era precisamente a donde quería llegar el señor Beckert.
— No imaginaba que encontraría tan rápido a alguien como tú — dijo Adon midiendo sus palabras — alguien que pueda verla.
Izan miró fijamente a su profesor, que ya había colocado las dos tazas de té sobre la mesa, sentado frente a él sin comprender nada.
— ¿De qué me está hablando? — preguntó.
— No comentes con nadie lo que estoy a punto de revelarte — dijo el maestro — y no te lo tomes a la ligera.
Un halo de misterio envolvía a aquel hombre, con cara de hablar muy en serio, y al parecer muy preocupado, lo que hizo que aquel chico de dieciséis años escuchara atentamente sus palabras sin hacer una sola interrupción.
— Lo que viste la otra noche iluminar los árboles no fue una luz — comenzó Adon, tranquilo al comprobar el interés mostrado por el chaval — todos tenemos una energía que fluye en nuestro interior, lo que algunos llaman aura. Yo puedo intensificar la influencia de la mía, y eso fue lo que viste.
Izan empezó a pensar que aquel hombre pasó de ser interesante a estar loco, sin embargo siguió escuchándole.
— Hay ciertas presencias en este mundo, ciertas fuerzas que nada ni nadie puede controlar, espíritus condenados a no experimentar la vida terrenal, discípulos del ángel negro — la cara del chico empezó a mostrar incredulidad — muchos de ellos actúan por orden de alguien o algo que está muy por encima de ellos, una entidad que hasta hace poco creía inexistente. Antes de toparme contigo ese día, fui atacado por tres de éstas "sombras", como yo los llamo. De no haberte protegido con mi aura, ahora estarías muerto — concluyó.
Se produjo un incómodo silencio durante unos segundos. Izan no sabía que decir o como reaccionar, simplemente guardó silencio mientras miraba a su profesor. Adon hacía lo mismo hasta que rompió aquel silencio con una carcajada muy sonora. El chico tomó el relevo y también arrancó a reír, pero con menos intensidad, para no dejar al señor Beckert solo.
— Suelo correr por las noches y tropecé contigo — mintió Adon — pero me ha gustado tu cara.
— Por un momento le había creído — respondió Izan más tranquilo, aunque extrañado por la actitud mostrada por su profesor.
— La semana que viene repetiremos el examen, los he olvidado en casa, tus compañeros tampoco lo han hecho — dijo Adon — por favor, bebe — añadió señalando la taza.
El chico apuró el delicioso té, de un tipo que nunca había probado, y se levantó se su silla, dirigiéndose a la puerta y echándole un vistazo al dibujo que seguía reposando en el caballete.
— ¿Quién es ella? — preguntó intrigado.
— Mi vida.
— ¿Es su esposa?
— Murió — respondió después de asentir con tristeza.
— Oh, lo siento mucho — dijo Izan avergonzado.
— Dibujo su rostro para no olvidarlo — aclaró Adon con pesar mientras miraba su obra.
— ¿No tiene fotos? — preguntó de nuevo el joven.
— No — respondió Adon sonriendo — no tuvimos oportunidad de hacernos una.
— Vaya — dijo Izan ya despidiéndose y abriendo la puerta — buenas tardes, profesor. Me alegro de haber hablado con usted.
— Y yo, Izan — respondió el señor Beckert — descansa y se puntual mañana.
El chico sonrió antes de desaparecer tras la puerta, mientras Adon sacaba de uno de los cajones, su viejo diario para hacer unas anotaciones. Cogió su móvil y después de marcar un número se lo llevó a la oreja.
— Hola — saludó — soy yo.
— Pensé que ya no me ibas a llamar — contestó expectante su interlocutora — ¿y bien?
— Está hecho, te mantendré informada.
— Mas te vale, sabes lo que has arriesgado haciendo esto — reiteró la mujer con la que hablaba.
— Tranquila, estoy seguro.
— ¿Cómo puedes estarlo?
— Vio la luz de mi aura, ningún chico normal podría.
— Según me contaste hubo mucha actividad, podría haber sido visible — aclaró la mujer alzando la voz.
— Confía en mí — respondió el profesor — tengo que dejarte, cuídate.
— Lo mismo digo.
— Adiós — culminó colgando el aparato y dejándolo en la mesa.
Durante unos segundos, Adon quedó pensativo y tras suspirar, miró a los ojos al dibujo de aquella mujer.
— ¿Qué hubieras hecho tú? — susurró el profesor.
Adon, aunque estaba convencido de la seguridad que implicaban sus recientes acciones, no podía evitar la preocupación, que además se vio incrementada tras la conversación que mantuvo por teléfono. ¿Qué le podría ocurrir a Izan, si realmente fuera una persona corriente, después de beber aquel brebaje? Fuera cual fuese la respuesta, todo estaba hecho y ya no había vuelta atrás, en poco tiempo Adon disiparía todas sus dudas sobre la importancia de aquel chico.
— Por favor — decía una voz masculina por la megafonía del aeropuerto — preste atención a la información mostrada en los monitores. En este aeropuerto no se realizan llamadas de embarque.
Tanto Kurt como Chris ignoraron el mensaje, que fue repetido en varios idiomas. Los pensamientos de ella estaban inmersos en la "cuna". ¿Cómo era posible que a dos miembros tan jóvenes se les permitiera la entrada? Algo gordo estaba ocurriendo, y naturalmente, aquel maletín que Kurt no había perdido de vista en ningún momento, era de suma importancia.
— ¿Conoces a alguien importante en la orden? — preguntó Chris para romper el incómodo silencio en el que habían caído desde hacía horas.
— ¿qué clase de pregunta es esa? — respondió el chico casi ofendido - nosotros somos la orden.
— Sabes a qué me refiero.
— No conozco a nadie "importante" de la orden — mintió para acabar con aquella absurda conversación.
— Me arde la curiosidad — dijo Chris exasperando cada vez más a su compañero — ¿qué habrá en ese maletín?
— Eso no es asunto nuestro — aclaró el - nuestras órdenes son claras, y no incluyen el saber lo que hay dentro, y ahora déjame en paz, estoy ocupado.
Kurt llevaba un buen rato examinando el papel en el que apuntó todo lo que pudo escuchar en el contestador del dueño del maletín, y trataba de traducirlo, una tarea muy complicada teniendo tan cerca a Chris, que no cerraba la boca.
— ¿Sabes leerlo? — preguntó.
— Si — respondió Kurt cansado.
— Y, ¿qué dice? — insistió la chica.
— Al parecer el dueño del famoso maletín, nos traicionó — explicó él — pretendía entregarlo.
— ¿A quién?
— No lo sé, espero que en la orden lo sepan, al parecer vive en Dinamarca. El mensaje que oímos en su casa iba dirigido a mí, y me pedía que se lo entregara a un tal Beckert, en Dinamarca — concluyó dejando a Chris pensativa.
La puerta de embarque con destino Copenhague - ciudad en la que hacían escala - ya estaba abierta. Ambos tenían por delante un largo viaje en el que Kurt seguiría dandole vueltas al extraño mensaje de su contacto, y sobre todo a la identidad de aquella persona danesa que debería recibir aquel extraño maletín, y su contenido, frustrando los planes de la orden de Gádian.
Izan estaba inmerso en un libro del filósofo griego Platón, preparando el examen de la semana siguiente. Toda la casa estaba tranquila y en silencio, un silencio roto tan solo por el volumen de la televisión, que seguramente su madre estaría viendo. Aunque era una noche bastante calurosa para la época, el chico pudo sentir un escalofrío que le sacó de su concentración, y echó un vistazo a la habitación, tan sólo iluminada por el flexo de la mesa en la que estaba estudiando. Todo parecía normal pero cuando Izan volvió a mirar su libro, sintió que no estaba solo. Podía sentir una presencia detrás de él, casi soplándole la nuca. La luz de la pequeña lámpara, a pesar de seguir funcionando, cada vez iluminaba menos, hasta un punto en el que el chico se hallaba en la total oscuridad. Pudo ver sin embargo una zona del cuarto que estaba mas oscura de lo normal, que veía totalmente negra, de la que surgía un ruido seco, como pequeños chasquidos uno detrás de otro y separados por el mismo intervalo de tiempo. Izan empezaba a experimentar miedo, y parecía que eso alentaba aquellos ruidos, que crecían en intensidad y frecuencia, hasta sonar como verdaderos golpes. La respiración del chico era cada vez más acelerada, sin apartar la mirada de aquella zona más oscura, en la que debería ver una estantería, se dirigía hacia la puerta, pero al dar el primer paso, un gruñido profundo y diabólico surgió de la oscuridad, que le paralizó totalmente y poco a poco empezaba a articular lo que parecían palabras que Izan no podía entender. Aquella amenazante voz gutural, se expresaba en una lengua desconocida para el chico, y parecía acercase a juzgar por la intensidad de la misma, interrumpiéndose de vez en cuando, como una radio mal sintonizada. Izan estaba aterrado, nunca había escuchado una voz como aquella, y un sentimiento negativo que no lograba identificar hizo presa de él mientras la habitación oscurecía paulatinamente. Cuando aquella presencia estuvo lo suficientemente cerca, el chico pudo sentir cómo algo muy frío rozaba su brazo, erizando el vello de todo su cuerpo. Pero aquel contacto produjo también una reacción con la que el joven se sorprendió. Todo su cuerpo comenzó a iluminarse con una luz blanca azulada que iluminó instantáneamente todo el cuarto, descubriendo al fin el aspecto de aquella "criatura". Frente al muchacho había una especie de niebla negra, que por su forma y movimiento ondulante le recordó al humo de un cigarrillo, que se estremecía con cada pulso de luz produciendo un sonoro rugido cuando ésta se hizo más intensa.
Izan despertó fatigado y empapado en sudor, todo había sido un sueño y llevándose las manos a la cabeza, pudo ver como aquella luz seguía ahí, menos intensa, rodeando todo su cuerpo. Algo le estaba pasando, ¿dijo la verdad su profesor cuando le habló del aura y aquellas "sombras"? Tal vez el señor Beckert pensó que el chico no le creería a menos que volviera a verlo con sus propios ojos. Sin lugar a dudas estaba bien despierto y seguro de lo que veía. Se levantó de la cama para mirarse en un espejo que había colocado en la puerta del dormitorio y pudo comprobar que su reflejo no tenía aquel halo luminoso, volvió a mirarse las manos, sacudiéndolas como si estuvieran mojadas, pero seguían emitiendo el azulado destello. Entonces pensó que necesitaba respuestas, y sólo Adon Beckert se las podría dar. Pero evidentemente debía esperar a que amaneciera, por lo que volvió a tumbarse en la cama, aunque el “aura” no le dejara dormir las horas que quedaban de aquella noche.
Gracias por leerlo. Espero que os haya gustado! La semana que viene, MAS!
ResponderEliminarMoisés, a mí no me puedes dejar así una semana!! Qué le pasa a Izan? Qué es eso del Aura? Y a Kurt? Y el maletín? Y la orden? Son muchas preguntas y quiero respuestas ya!!!
ResponderEliminarJajajajaja paciencia solo quedan cuatro dias de na jeje. Gracias por comentar Lore!
EliminarAy Moi,esto es demasiado corto para leerlo de semana a semana, ¿puedes poner un capítulo más largo para la próxima?
ResponderEliminarEstoy deseando leer el siguiente capítulo.
Hola Noe! Pues el proximo es un poco mas largo jejeje te ha gustado el segundo? Se admiten sugerencias gracias y un besote bien grande!
EliminarAy Moi,esto es demasiado corto para leerlo de semana a semana, ¿puedes poner un capítulo más largo para la próxima?
ResponderEliminarEstoy deseando leer el siguiente capítulo.