viernes, 18 de marzo de 2016

Capítulo 1 : El Profesor



I


EL PROFESOR




   Podía verla con toda claridad. Sólo unos pocos detalles hacían que Adon recordara que estaba en un sueño. Uno muy real, en el que estaba junto a una mujer en lo alto de un gran acantilado, en un tiempo remoto que ahora sería incapaz de contabilizar. Allí estaban ambos, frente al mar, Adon, un hombre de mediana edad, con una poblada barba de tres días y cabello oscuro; y una mujer con el rostro cubierto tras una capucha, que sin embargo dejaba ver unos mechones de cabello rojizo que ondeaba con el viento. Los dos guardaban un silencio motivado por algo que Adon no podía ni quería recordar. Era una despedida. La despedida más dolorosa que recordaba… 

- Quiero que me lo jures - susurró la mujer, sin apartar la mirada del horizonte.

Adon vaciló durante un momento, dejando escapar una lágrima solitaria, que resbalaba por su mejilla.

- No debería jurarte algo que no sé si podré cumplir – Respondió él, tomando su mano.

Aquella mujer, que por fin dejó ver su rostro, dirigió sus ojos verdes hacia el embravecido mar, que rompía violentamente sobre la pared de piedra caliza, provocando unas olas tan grandes que casi podía tocarlas.

- Es curioso que ahora nos falte el tiempo, ¿verdad? – dijo ella con una media sonrisa, volviendo su mirada hacia Adon, que escuchaba atento las últimas palabras de la que debería haber sido su esposa.
- Aún no se ha acabado, observa conmigo la última puesta de sol, toma mi mano - respondió firme Adon, apretando su mano con fuerza – y júrame tu a mí, que ésta no será la última vez que oigo tu voz.
- Hecho – sentenció ella.

    La megafonía del tren anunciaba que se aproximaba a la frontera con Dinamarca, todos los pasajeros debían permanecer sentados es sus departamentos, pronto pasaría el revisor, y Adon, un hombre moreno de mediana edad con una barba cuidadosamente recortada cogió su gabardina gris del portamaletas dispuesto a salir en la próxima estación. La puerta del departamento se abrió una vez más y allí estaba el revisor, agotado y con cara de pocos amigos.

- Su billete, por favor- solicitó sin añadir nada más.

    Adon busco en su bolsillo, tranquilamente, lo que agobio un poco más al revisor, que ya iba retrasado. Cuando por fin lo encontró se lo ofreció sin decir una palabra. El empleado simplemente lo cogió, lo picó con una maquina plateada y miró a Adon a los ojos mientras le devolvía su billete.
- La vida siempre es más fácil con una sonrisa- dijo el pasajero.

    Aquella afirmación, dicha por cualquier persona en esa situación, hubiese provocado una dura respuesta por parte de aquel revisor, pero por alguna razón, éste solo agradeció aquellas palabras con una mueca y mientras abandonaba el departamento dejo escapar una lagrima que llevaba días encerrando en su interior.
    Adon anotó algo en su diario, un libro que siempre llevaba consigo antes de abandonar el departamento, el tren, y su antigua vida...

    Atardecía ya en un pequeño pueblo de casas bajas de las afueras, había sido un día especialmente duro para Izan, un chico de quince años que calentaba la silla esperando que terminase aquella odiosa clase.
    El impacto certero de una bolita de papel en su oreja le despertó de su letargo, sobresaltándole y alertando al señor Myles, su profesor de filosofía, de que alguien no escuchaba su interesante lección sobre las enseñanzas de Sócrates.

- Izan, ¿verdad?- dijo el señor Myles sabiendo perfectamente quién era el chico.
El joven asintió, se levantó de la incómoda silla, y espero en pie al profesor, que se dirigía hacia su pupitre.
- Ya debería saber que en mi clase, todo aquel que se aburra, es libre de marcharse - recordó el maestro, que ya estaba frente al chico.
- No volverá a ocurrir, profesor- aseguro Izan, aunque sin convencer al señor Myles.
- Dígame una cita de Sócrates que le guste particularmente y esto quedara en una falta.- sentenció.
Izan suspiro y dudo unos instantes, hasta que dio con una reflexión del filósofo que iba perfecta para el caso y sin meditar las consecuencias, escupió educadamente las palabras.
- Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida... Y faltan el respeto a sus maestros - recito el chico terminando con media sonrisa y mirando a los ojos al maestro, que sin duda se tomaría aquello como una muestra más de la arrogancia de un chico de quince años al que nunca pudo vencer. 

    El profesor Myles seguía mirando a Izan a través de sus gafas con una patilla rota. Recogió la parte de su flequillo blanco que le molestaba en la cara detrás de la oreja, mientras miraba fijamente a los ojos del muchacho con intención de amedrentarle, cosa que nunca ocurrió.
- Cuánta razón tienes, chico... - reflexionaba Myles - si emplearas esa perspicacia para todo serias brillante.
    El resto de la clase paso sin contratiempos, tan aburrida como siempre, el señor Myles siempre conseguía hacer de la filosofía una verdadera tortura, aunque realmente a Izan siempre le pareció la única materia interesante. A falta de dos minutos para finalizar la jornada lectiva, el señor Myles, aquel canoso profesor decidió dar una última noticia.

- Espero que hayan encontrado interesante mi última lección - anunció el maestro haciendo que los alumnos se quedaron en silencio durante unos minutos, algunos mirándose entre ellos - hoy ha sido mi último día como vuestro profesor.

    Sin añadir nada más, el señor Myles cogió su maletín de piel marrón de la mesa, y abandono la clase para nunca volver, dejando atrás cuarenta y dos años dedicado a la enseñanza y a sus alumnos que, en su mayoría agradecieron su partida.

    El camino de regreso a casa fue amargo para Izan. Le dio muchas vueltas al comentario que hizo en clase, y empatizó con aquel profesor que dedico toda su vida profesional a transmitir conocimientos a unos jóvenes desagradecidos que "le faltaban al respeto”. Por supuesto su orgullo le impedía ponerse en contacto con el señor Myles para pedir disculpas y mostrarle en verdad cuanto le respetaba. Pero llegaría un momento en el que Izan, un chico de quince años, debería dejar ese estúpido orgullo adolescente a un lado.

    El sol se ponía tiñendo el mar de cálidos colores, la brisa marina acariciaba la ramas de los árboles en lo alto de un acantilado rocoso y junto con aquella brisa, una presencia que empañaba con su naturaleza tanta paz. Una extraña nube negra que parecía acompañar al viento, pero moviéndose de forma voluntaria haciendo que lo más hermoso fuese algo terrorífico y convirtiendo la luz en la más opaca de las tinieblas. Por fin encontró su objetivo, bajo la copa de uno de los árboles se encontraba recostado y aparentemente dormido Adon, aquel hombre de unos treinta años que horas antes en un tren salvo a un revisor de suicidarse. El ente extraño se aproximó con cautela a su presa, confirmando si aquel cuerpo estaba abandonado. La oscuridad se hacía dueña del lugar a medida que se acercaba, hasta que al fin hubo contacto entre aquella oscuridad y Adon, que al momento abrió sus ojos verdes, exaltado, mientras una cegadora luz blanca rechazaba violentamente la extraña presencia, que lejos de marcharse, se posiciono desafiante frente al misterioso hombre.

- ¡Dime tu nombre! - exclamo Adon, provocando un repetitivo eco en el acantilado.

    La oscuridad que envolvía aquella nube negra se hizo más grande, tal vez porque el sol casi se había ocultado por completo tras el horizonte, pero lo cierto es que la escena sobrecogía. Un ruido gutural que cualquier persona asociaría con una voz infernal, comenzó a articular lo que parecían palabras, palabras que no pertenecían a ningún idioma que se hubiera hablado por un mortal en la historia y que a juzgar por la expresión de dolor que mostraba Adon, el si podía comprender.
- Estamos aquí por una razón -dijo el hombre, ya con el rostro sereno - porque vosotros os equivocasteis en todas vuestras decisiones.

    Aquel sonido gutural que parecía brotar de una garganta atormentada volvió a retumbar estremeciendo a los árboles, un sonido que solo Adon podía interpretar.

- No estás solo... Hay otros - presagiaba Adon dando un paso atrás - se os acaba el tiempo.

    Una segunda sombra broto del suelo, entre las gruesas raíces de uno de los árboles, que pronto se marchitaría, otra más escalaba el acantilado, deslizándose entre el viento como una pluma, y las tres abalanzándose contra Adon como si le fueran a devorar. Él se arrastró por el suelo esquivando fácilmente a una de ellas y evitando el contacto con otra. Adon tenía el sendero libre para huir de aquella pesadilla y decidió correr lo más rápido posible hacia el final del camino que llevaba al pueblo, convencido de que aquellas abominaciones no llegarían tan lejos. Pero algo paso con lo que Adon no contaba. Un chico joven de unos quince años, de pelo castaño, caminaba en dirección contraria pensando en sus cosas y escuchando música en sus auriculares.

- ¡Chico! - grito Adon - ¡Chico aparta, huye!

    El joven Izan estaba inmerso en su música y en aquel ultimo desplante a su profesor, estaba aislado del mundo exterior. Adon tuvo que tomar una decisión y cuando llego hasta el chico se abalanzo sobre él, que se sobresaltó ante el placaje. Aquellas sombras impactaron de lleno contra el hombre, que perdió al instante el conocimiento después de que un haz de luz deslumbrase a Izan y espantara a las presencias oscuras que les acosaban. El chico se quedó inmóvil durante unos segundos, intentando asimilar lo que había pasado, Adon seguía encima, pero por alguna razón no sentía su peso, aunque el hombre seguía inconsciente. Sin mucho esfuerzo, se lo quitó de encima, dejándole boca arriba en el suelo. 

- ¿Señor? - algo no iba bien, aquel hombre al que Izan asoció al instante con un drogadicto ansioso ni respiraba. Era posible que hubiera muerto por una sobredosis, o por cualquier otro motivo. Quiso asegurarse y le tomo el pulso con la mano aun temblorosa por el incidente. Nada, ni una sola señal de vida, aquel hombre estaba muerto. El joven se echó las manos a la cabeza y miro a su alrededor, podría ser que el loco que se abalanzo sobre él, no fuera en solitario, alguien podría haber visto algo, o aun peor, podría ser que un posible testigo pensara que el responsable de la muerte hubiera sido él. Después de tomarle el pulso de nuevo y confirmar que lo que tenía frente a él era un cadáver, corrió huyendo de aquel lugar, tan rápido como pudo hacia su casa en aquel pueblo danés.

    Daban el parte meteorológico, se acercaba una semana muy fría para la temporada, aunque aún no había entrado el invierno. Una mujer de cabello negro con alguna que otra cana vestida con una bata turquesa, miraba la televisión con poco interés. La cena llevaba hecha un buen rato. Miro su reloj una vez más, empezaba a preocuparse, cuando por fin pudo oír el ruido de unas llaves abriendo la puerta de entrada a la casa. Rápidamente, acudió al hall, cargada de frases de madre para escupírselas a gritos a su hijo, que acababa de llegar tres horas tarde, pero al ver la expresión de Izan, se tragó todos los improperios que había preparado durante ese tiempo y le abrazo con fuerza.
- ¿Qué ha pasado hijo? - pregunto la mujer sabiendo que no recibiría la respuesta.
- He tenido un mal día - respondió el chico, aun afectado y sin poder olvidar el rostro del hombre al que vio morir - me voy a la cama.

    Sin añadir una palabra más, Izan recorrió el pasillo ante la preocupada mirada de su madre.
- Cariño no tomaras drogas ¿verdad?
- Mama, no digas tonterías, he tenido un mal día, eso es todo - respondió, sin ánimo mientras abría la puerta de su cuarto. 

    Así se despedía Izan del que con toda seguridad fue el día más extraño de su vida. Tiro al suelo la mochila que llevaba y sin cambiarse de ropa se dejó caer en la cama, sin dejar de pensar en aquel rostro inerte, hasta que cayó dormido pocos minutos después.

    Para el joven solo había pasado un instante, un parpadeo. Nunca había dormido tan plácidamente. De nuevo estaba en aquella aula, donde la expectación era máxima porque a primera hora tocaba filosofía y el profesor que muchos apodaban "el eterno" se había jubilado, por lo que un nuevo maestro sería el encargado de hacerles sufrir hasta la esperada llegada del verano. Sin embargo Izan no podía quitarse de la cabeza los sucesos de la noche anterior y su mente apartaba esos chismes mundanos. 

- Buenos días a todos, chicos - dijo el director, que segundos antes hacía acto de presencia en la clase - como ya se os dijo ayer, el señor Myles ha decidido jubilarse.
Los comentarios murmurados por los alumnos se intensificaron, muchos de ellos responsabilizaban de sus notas a Myles.
- Silencio por favor - ordenó el Director - he venido esta mañana para presentaros a vuestro nuevo profesor de la materia de filosofía, os pido que le acojáis como es debido y no hagáis que me avergüence de mis alumnos. Dad la bienvenida al señor Adon Beckert.
    Izan no dio crédito a sus ojos cuando vio a aquel hombre de nuevo, vivo y fresco como una rosa, entrando en el aula como si nada, sonriendo y estrechando la mano al director del instituto.
- Estoy encantado de estar aquí - dijo agradecido el nuevo profesor - muchas gracias a todos.

    Los alumnos, sobre todo las chicas que encontraban atractivo al maestro, arrancaron en un aplauso tras la presentación, un aplauso obviado por Izan, que no salía de su asombro.

    En Madrid, hacia un día espléndido. Parejas de todas las edades y familias paseaban por los alrededores del lago del parque más grande de la ciudad. Grupos de jóvenes patinaban con sus tablas, que se levantaban tras cada caída para seguir intentándolo. Algún que otro músico callejero, que animaba la mañana en el parque con su música. Una de las melodías que sonaban a su alrededor, unos cuantos compases del canon de Pachelbel, alertó a Kurt, un chico de veinte años, con el cabello castaño y largo hasta los hombros, cubierto con una gabardina negra tipo tres cuartos. Llevaba un par de horas viendo aquella estampa, que él pensaba que todas aquellas personas fingían su felicidad, y hacían lo que creían que era normal en una mañana tan radiante. Con gesto de indiferencia, Kurt se dirigió despacio hacia el origen de aquella melodía, uno de los músicos callejeros, con una imagen muy desmejorada, y vestido con prendas gastadas y hediondas, poco habitual en el parque, que viendo aproximarse al joven, tocó con más intensidad.
- Debería ser delito mancillar esa melodía por alguien como tú - espetó el chico.
- No me calientes Kurt - contestaba el vagabundo dejando el violín en la mugrienta caja que tenía a sus pies con algunas monedas de cobre - ¿Cómo te ha ido el viaje?
- Dame lo que he venido a buscar, lo que menos me apetece es intercambiar falacias con alguien como tú - la cara de asco de Kurt, no irritaba al vagabundo, más bien al contrario, le hizo sonreír.
- Algún día separare tu cabeza de los hombros, niñato - amenazo el músico mientras se llevaba la mano al bolsillo de su maloliente cazadora marrón, sacando una reluciente llave con un código alfanumérico grabado - recibirás una llamada indicándote el momento y el lugar en el que debes usarla.
- De acuerdo - zanjo el joven poniéndose la capucha de la gabardina, el viento hacia que le molestara el pelo en la cara.
- Ten cuidado, niñato, sabes que somos muchos los que no confiamos en ti - dijo el vagabundo, recogiendo su violín.
- El si lo hace - respondió Kurt sin mirarle a la cara - y con eso me basta, y debería bastarte a ti. 
- Aun así, chico. Si se te ocurre traicionarle, estas muerto.
- Yo ya estoy muerto, imbécil - concluyó alejándose.
    Justo cuando cruzó las puertas de hierro del parque, el móvil comenzó a vibrar en su bolsillo. 
- Soy Kurt - contestó.
- Lo que voy a decirte, no lo repetiré. Pueden haber pinchado la línea. Hay un taxi esperándote frente a las puertas del parque - Kurt se fijó en un taxi detenido frente a el - tómalo.

    El joven obedeció, y abrió la puerta trasera del coche, descubriéndose la cabeza una vez en el interior. Una chica con mechas rojas, no mucho mayor que él, le miraba por el retrovisor.
- ¿Dónde me llevara? - preguntó Kurt algo nervioso, aunque no lo exteriorizara.
- Lo que llevas en el bolsillo es la llave de una caja de seguridad de un banco privado - dijo la ronca voz de su interlocutor - el taxi te llevara hasta allí, cuando llegues te estará esperando en el interior del edificio. No tendrás que explicarle nada, tan solo abre la caja, encontraras un maletín, no lo abrirás bajo ningún concepto.
- Y ¿qué hago con él? - pregunto el chico, mientras el vehículo ya estaba de camino.
- Lo llevarás a la dirección que encontraras también en la caja - ordenó la ronca voz - no hagas ninguna pregunta, no necesitas saber nada más. No volveremos a hablar por teléfono. - dijo antes de cortar la comunicación.

    Tras escuchar aquello último, Kurt retiró la tapa del teléfono, y extrajo la tarjeta SIM, para después destruirla. 

- No a todo el mundo se le da la oportunidad - dijo la joven conductora - ¿tú también crees que ellos son la respuesta?
- No sé de qué me hablas - mintió el chico - date prisa, no he venido a hacer amigos.
-Eso está claro - respondió la chica con indiferencia.

No volvieron a intercambiar palabras durante el resto del trayecto, lo que hizo el viaje bastante largo para aquella muchacha taxista, que hablaba demasiado.

- Hemos llegado - anuncio la joven.
- Gracias - dijo Kurt, bajándose del taxi.
- Por cierto, me llamo Chris, te espero aquí.
Kurt no respondió. Le pareció pesado tener que compartir un segundo camino con aquella chica, que cometía la imprudencia de hablar demasiado. Volvió a colocarse la capucha, y subió unas escaleras de piedra que llevaban a la puerta de aquel banco privado. Antes de llegar, ésta se abrió. Un guardia de seguridad mantuvo la puerta abierta hasta que el chico la cruzo. Se disponía a pasar por el arco detector de metales que había en el gran hall, pero un empleado le saludo antes, aunque con otro nombre.
- Señor Heymann, me alegro de verle - dijo el empleado, con un ridículo uniforme y una voz tan inocente que parecían palabras de un niño - ¿Cómo se encuentra su padre? ¿Todo bien?
Kurt no tenía ni idea de lo que decía, ni él se apellidaba Heymann, ni tenia padre. Supuso que se trataba de una forma de disimular del empleado. El joven acompañó al banquero por las instalaciones del edificio, recorrieron un largo pasillo hasta que llegaron a unas escaleras de mármol que tuvieron que bajar, hasta llegar a una sala de espera, en la que sonaba un tenue hilo musical y adornada con algunas plantas de interior y un par de sofás de piel negra, frente a una pared de cristal de seguridad, en la que había una pequeña consola con una cerradura.
- No sé quién es usted, ni para quien trabaja, pero ni hemos tenido esta conversación, ni he sido yo el que le ha acompañado hasta la cámara - dijo el empleado nervioso, Kurt asintió muy serio - tómese el tiempo que necesite - concluyó sudando antes de marcharse por donde habían entrado.
En el momento en el que se quedó a solas, Kurt sacó la llave que le dio el vagabundo del bolsillo y se aproximó a la consola. Vaciló unos instantes antes de introducir la llave, y cuando lo hizo, se encendió una pequeña pantalla que había junto a la cerradura, en la que ponía "leyendo llave". Tras unos segundos, se pudo oír el sistema mecanizado que poco después expulsó la caja de seguridad por una abertura que había bajo el cristal. Kurt tomó rápidamente la caja y la abrió con la misma llave. Efectivamente allí estaba el maletín que le había referido aquella extraña voz por teléfono, protegido con gomaespuma negra. Kurt lo sacó de su embalaje, lo observó durante unos segundos, comprobó que no tenía candados o algún sistema que impidiese ser abierto, pero aun con algo de curiosidad, recordó que las instrucciones eran claras, y en ellas no se dijo nada de abrirlo, por lo que dejó la caja vacía y se marchó de aquel lugar.
Cuando salió del edificio, allí seguía el taxi esperando, con su conductora algo impacientada, que al verle resopló.
-¿Por qué has tardado tanto? - preguntó irritada Chris mientras el chico montana en el coche.
- No es asunto tuyo, limítate a hacer lo que se te ha ordenado - respondió Kurt cortante.
- No te vayas a venir arriba por que se te haya confiado algo - esta gente es una oportunidad para muchos, pero es gente peligrosa, y como te descuides, te quitarán del medio sin esfuerzo.
- Es la segunda vez que te metes donde no te llaman, acabemos con esto, o te aseguro que hoy será tu ultimo día entre los vivos - sentenció Kurt - y la verdad es que sería una pena- concluyó mirando descaradamente el pecho de la chica a través del espejo interior del vehículo.
En lugar de ofenderse, la chica respondió con una sonrisa y miró al frente, arrancando el coche.
- Al final me vas a gustar y todo... Kurt.
Tardaron una hora en llegar al lugar establecido para entregar el maletín, una lujosa urbanización a las afueras de la ciudad. Al llegar al número 15, Chris detuvo el coche y ambos bajaron. 
- Nadie me dijo que vendrías conmigo - dijo Kurt.
- El dueño de eso - respondía señalando el maletín con el dedo - te pedirá una contraseña. ¿La sabes?
Kurt vacilo unos momentos, no sabía lo que habías en el interior del maletín, quien era el dueño, cuanta gente habría dentro de la casa, y sobre todo, lo que más le extrañaba al chico era la razón por la que debía ser él el encargado de llevar el maletín, habiendo tanta gente involucrada, tan cerca del mismo.
- Esta bien, pero ten cuidado con lo que haces - advirtió el joven ya demasiado extrañado.
Ambos pulsaron el timbre, un pequeño botón azul que había junto a la puerta que daba a la parcela rodeada por una verja de acero forjado, que dejaba ver la enorme casa que más parecía una mansión de ladrillo visto de un color entre amarillo y marrón con grandes ventanales que permitían ver el interior.
- No contestan - dijo extrañada Chris - eso no es normal, saben que venimos a esta hora.
Kurt no se lo pensó dos veces y lanzó el maletín por encima de la verja, para después saltarla.
- Pero ¿qué haces? ¿Te has vuelto loco? - exclamó la chica.
- ¿vienes? - respondió Kurt ya desde el otro lado.
Chris miró a ambos lados antes de hacer lo mismo, y saltar la verja. Recorrieron el patio de césped que los separaba de la puerta de acceso a la casa, y al llegar se la encontraron abierta. 
- Deberíamos irnos de aquí - dijo la chica preocupada - alguien sabía lo del maletín y se nos adelantaron.
Kurt ignoró el consejo y entro en la casa. No parecía haber signos de ningún robo, todo parecía en su sitio. Kurt saco de su espalda una pistola negra de gran calibre, y avanzó por el elegante hall hacia la cocina, apuntando al suelo con el arma. Siguieron comprobando el resto del edificio sin resultados, es como si a sus habitantes se los hubiera tragado la tierra. 
- ¿Que hacemos ahora? - preguntó Chris con la respiración acelerada.
En ese momento Kurt se percató de que el piloto rojo de un contestador automático que había en una pequeña mesita en el salón principal estaba parpadeando, y pulsó uno de sus botones para escuchar los últimos mensajes. Después de un pitido, se pudieron escuchar unos jadeos de un hombre agotado, que poco después comenzaba a hablar con el aliento que le quedaba. En cuanto el chico se dio cuenta de extraño idioma que hablaba, cogió rápidamente papel y lápiz que había en la misma mesita y comenzó a escribir mientras aquel hombre seguía dando lo que parecían instrucciones. La mano ya le temblaba de tanto escribir cuando un ruido ensordecedor parecido al de un disparo silenció para siempre al hombre que había tras el teléfono.

No hay comentarios:

Publicar un comentario