jueves, 31 de marzo de 2016

Capítulo 3: La Cuna





    La obra estaba casi terminada. Era un retrato de Naihad casi perfecto. Era unos de los pocos en los que Adon arriesgó con algo de color. El cabello rojizo, esos ojos verdes mirando a través del lienzo a los que inevitablemente les faltaba algo, algo imposible de pintar: su mirada. El profesor miró detenidamente aquellos ojos, intentando recordar el detalle que los haría perfectos, pero era imposible pues aquellos ojos no eran más que una combinación de pintura que jamás serían como los de su mujer, y en un arrebato de rabia contenida, cogió el cuadro con ambas manos y lo lanzó contra la pared del sótano de su casa, antes de gritar. El timbre de su puerta fue lo que le hizo olvidar aquel espantoso retrato.

— ¡Claire! — saludó Adon sorprendido.
— ¿Cómo estás? — respondió la mujer antes de abrazarle.                                                
— ¿Por qué has venido hasta aquí?
— Prefiero contarte esto en persona — aclaró ella — ¿Puedo pasar?
— Claro, pasa.

    Claire entró a la casa, quitándose la gabardina que llevaba puesta. Su imagen había cambiado mucho desde la última vez que se vieron. Su pelo castaño estaba demasiado corto por el lado izquierdo de la cabeza, dejándolo largo por el derecho y con un mechón rubio que le caía tapando casi por completo el ojo y aunque había más cambios de imagen respecto a la Claire que recordaba, ese detalle fue lo que llamó más la atención al profesor.

— ¿Café? — ofreció el maestro cogiendo el abrigo de su amiga.
— Si, por favor.
— Un momento.
— Llevas aquí unas semanas, y ¿aún estás así? — dijo Claire paseando por el salón, en el que no había nada además de un par de cajas cerradas y un viejo sofá.
— No he tenido tiempo de organizar nada — dijo Adon desde la cocina elevando el tono de voz.

Ella examinaba cada rincón de aquel salón. Cerró los ojos y sintió una pequeña molestia en el pecho, lo que significaba que en algún momento del pasado, algo malo había ocurrido allí, una historia que jamás conocería, pero no por ello desmerecía su atención. Adon llegaba con dos tazas de café humeante.

— Fue lo primero que sentí cuando me instalé — dijo el profesor.
— Imagino — respondió ella mientras abría los ojos — Hay tanta felicidad aquí, tantas posibilidades… ¿por qué terminaría así? — Tenía sus ojos húmedos — tan…triste.
— Siento no tener mesa — dijo Adon pasándole una taza.
— Tranquilo.

Los dos se sentaron en el sofá, y sujetando las tazas por el platito que Adon puso debajo, Claire removía el azúcar con la cuchara.

— Bueno, dime — dijo el profesor — ¿a qué se debe la visita?
— ¿Recuerdas al señor García?
— ¿El contacto de Madrid del que me hablaste?
— Así es — respondió su amiga — No he vuelto a saber nada de él, y temo que haya sido asesinado.
— Según me contaste, era fiel a Gádian, ¿y si te ha traicionado fingiendo su muerte?
— No — contestó rápidamente — yo sé que está muerto, pero eso no es lo más grave.
— ¿Entonces?
— El señor García iba a recibir en su casa algo importante para Gádian, y yo le convencí para que lo entregara a otra persona.
— ¿A quién? — preguntó preocupado y temiendo la respuesta — Claire, ¿dijiste mi nombre?

Claire se limitó a asentir con la cabeza. Ella sabía que aquello suponía meter en un gran problema a su amigo.

— Lo siento Adon, pensé que nos ayudaría a saber más cosas sobre ellos.
— Claire, acabo de cambiar de nombre, de ciudad y de vida. ¿No había una forma más discreta de hacerse con ello? ¡Ese hombre podría estar muerto y nosotros expuestos de nuevo!
— Lo sé… lo siento.

Hubo unos minutos de silencio en los que Adon trató de desviar los malos pensamientos y las preocupaciones que suponían aquellas palabras.

— ¿Hay algo más?
— Puede que sepan que vives en Dinamarca.
    


    El reloj marcaba ya las dos de la tarde, pero Izan aún estaba dormido, finalmente a pesar del resplandor que emitía su cuerpo, el sueño le derrotó. Unos toques en la puerta le despertaron, su madre estaba al otro lado, preocupada por la hora que era. Izan se desperezó rápidamente, comprobando que aquel halo luminoso seguía igual.

— Hijo ¿estás bien? —  pudo escuchar al otro lado de la puerta.
— Si mama, ya bajo —  respondió preocupado al pensar en qué diría su madre al ver el aura.

    No importaba la ropa que se pusiera, la luz la traspasaba, por lo que no podía ser sólo luz, era algo más y seguramente con una explicación poco racional, además, en el espejo no había ni rastro de ella. El chico necesitaba respuestas, tras ponerse la misma ropa del día anterior, bajó precipitadamente la escalera. 

— Mamá, tengo que irme —  anunció sin mirar a su madre, ya saliendo de casa.

    Su madre, que estaba en la cocina vigilando la comida sí le miró a él sin advertir nada extraño, a parte de las prisas de su hijo y preocupada por lo que las pudiera provocar.

    Izan era consciente de que le debía una buena explicación a su madre cuando volviera a casa, pero para él, darle respuesta a aquella luz era prioritario. Tardó un poco en darse cuenta de un detalle en el que no reparó al salir de su casa. Todas las personas con las que se cruzó hasta ese momento tenían la misma aura que él, aunque con distintas tonalidades. Izan paró su marcha en seco y miró a su alrededor. No lo podía creer, incluso los animales tenían luz propia, pudo ver a un perro de gran tamaño al que su dueño lanzó una pelota, ir hacia ella corriendo. La intensidad del aura fluctuaba por momentos, y justo en el momento en que iba a alcanzar el juguete, la luz experimentó un súbito ascenso en potencia y extensión que duró apenas medio segundo. Izan no sabía en qué pensar, pero aquel descubrimiento, provocó un cambio de intensidad en su aura que llamó instantáneamente la atención de aquel perro, que haciendo caso omiso de su dueño fijó la mirada sobre el chico. Sin duda aquel animal también podía verla y sabía que Izan estaba nervioso, por lo que se acercó hasta él y se sentó mirándole a los ojos. Izan correspondió al perro con una caricia, que hizo que las fluctuaciones de su propio aura se calmasen, pasando a ser una luz azulada tenue y más regular.

— Perdona chaval —  se disculpó el dueño del perro, que hizo caso omiso de las continuas llamadas de atención de su amo.
— No importa —  aclaró Izan, mirando detenidamente la luz que emanaba aquel hombre de unos treinta y cinco años, de un color rojo intenso.

    Izan retomó su camino a la casa de Adon Beckert, el hombre que tendría respuestas a lo que le estaba ocurriendo. Afortunadamente, el profesor vivía tan solo a dos calles, por lo que sus preguntas serían respondidas en poco tiempo.

    Hacía rato que Claire ya se había ido y Adon sabía que no iba a ser la única visita del día. De hecho, esa segunda visita era inminente y se dirigió al recibidor. Al abrir la puerta se encontró con un Izan muy serio e impactado.

— ¿Qué me está pasando? —  se limitó a preguntar obviando el saludo, aunque sorprendido por el resplandor blanco que emanaba Beckert, un color que no había visto en el aura de ninguna persona con las que se cruzó por el camino.

    Adon miró a su alumno con media sonrisa, en parte sorprendido por el rápido efecto del brebaje que hizo beber al chico.

— Pasa, Izan —  respondió emocionado —  tenemos que hablar, y esta vez sin mentiras.

    Los dos pasaron a un salón de la casa en la que había únicamente un sofá de cuero negro sobre un suelo de parquet. Izan dejó de observar a su alrededor y se centró en el motivo que le trajo hasta esa casa.

— ¿Qué me ha hecho? —  soltó el chico muy serio tomando asiento al igual que su profesor —  y ahora quiero la verdad.

    Adon se quedó mirando los ojos verdes del muchacho, ordenando las palabras en su mente para que aquel joven pudiera comprender la naturaleza de sus "visiones". Tal era su estado de nervios, que Izan pudo ver claramente como su aura se agitaba, haciendo fluctuar tanto la intensidad como la forma del haz luminoso y blanco.

— Sabía que no me creerías a menos que lo vieras con tus propios ojos —  comenzó el maestro —  y es vital que me creas todo cuanto voy a decirte y que estés preparado para asumir algo así siendo tan joven.
— Haga el favor de ir al grano —  exigió Izan cansado de tanto rodeo, aunque expectante.
— ¿Puedo ofrecerte antes un refresco? 
— No, gracias —  rechazó enérgicamente el chico —  no vaya a ser que me haga ver cerdos volando.

    Una sonora carcajada de Adon rompió momentáneamente la tensión de la conversación.

— Me caes bien, Izan —  reconoció el señor Beckert secándose una lágrima con la manga del jersey.
— Aún no ha contestado mi pregunta —  recordó el chico aún muy serio y mirando fijamente a su profesor.
— Bien, te lo explicaré —  Adon se acomodó en el sillón, dando a entender que sería una explicación larga —  Lo primero que debes entender, es que no eres un humano corriente. Tienes cierta sensibilidad innata para ver y sentir cosas que para otros requieren tiempo y esfuerzo, y a veces ni con toda una vida llegan a experimentarlo.
— ¿Se refiere a las luces? —  pregunto el chico.
— No Izan, el aura es tan sólo una parte de nosotros, aunque gracias a tu sensibilidad para verla, te reconocí de inmediato.
— ¿Me reconoció? —  se extrañó el alumno —  ¿Qué soy?
— Eres lo que antiguamente llamábamos Nahm, un guardián del empíreo, un mundo espiritual, en el que las almas de los humanos que aún están por nacer aguardan su turno. Los Nahm son seres que hasta hace tan sólo unas décadas carecían de cuerpo físico. No tenemos ni idea de por qué ahora lo necesitáis, de hecho me preocupa.
— ¿Tenemos? ¿Quiénes sois? 
— Al igual que los Nahm, nosotros también somos guardianes, pero nosotros somos Kanahm, o errantes, como nos llamaban en Mesopotamia, protectores de los espíritus de la Tierra. —  explicó el profesor.

    Izan intentaba ordenar en su cabeza toda aquella información, aquella "locura" que su maestro de filosofía le relataba sin inmutarse, como si le estuviera contando una historia de ciencia ficción. Adon tenía razón en un detalle: de no haber visto el aura  con sus propios ojos, Izan no habría creído una palabra de aquella conversación.

— ¿Cuantos sois? —  preguntó Izan con curiosidad.
— Siendo sincero, Izan —  respondía Beckert —  no tengo ni idea, yo conozco a tres errantes sin contarme a mí. 
— ¿Por qué se os llama así?
— Digamos que la gente teme lo desconocido. Durante mucho tiempo fuimos perseguidos, hasta que decidimos ocultar nuestra naturaleza, por el bien común. Somos errantes porque a sus ojos éramos nómadas predicadores sin nombre, que no envejecían nunca.
— Me hablas de Mesopotamia... Imagino que esto te lo habrán contado.
— No, lo que te cuento es lo que hemos vivido Izan —  afirmó rotundamente Adon —  y ahora debo revelarte el motivo de mi preocupación por los Nahm. 

A medida que hablaba, el aura de Adon se hacía más tenue a cada segundo que pasaba, hasta hacerse casi imperceptible para el chico, que miraba atento a su profesor, intrigado por la preocupación que decía sentir.

Como te he dicho, antes los Nahm carecían de un cuerpo físico —  prosiguió Adon —  y la única razón que se me ocurre para que ahora estéis en este mundo es muy simple. 
— ¿Cuál?
— Ellos también lo tienen, o lo tendrán —  afirmó preocupado y tenso.
— ¿Ellos? ¿Quiénes?
— Espíritus que no pueden nacer en la Tierra, almas atormentadas y carentes de cualquier forma de altruismo. Solo buscan poder y someter a los humanos —  explicaba el profesor muy serio —  y lo único que les impide llegar a su objetivo es la falta de un cuerpo físico. Por el momento sólo pueden ejercer su influencia y persuasión sobre las personas débiles y  con poca voluntad, en forma de sentimientos, como angustia, soledad, culpabilidad...
— Al no tener cuerpo físico no se les puede ver, ¿cierto? —  interrumpió Izan, ante lo que Adon asintió —  pero si puedo ver esas auras de la gente, imagino que yo si podré verlos de algún modo.
— ¿Por qué dices eso? 
— Creo que anoche vi uno en sueños —  reflexionó Izan pensando en aquella sombra que le acorralaba en su habitación antes de ver su propio aura por primera vez —  era como una sombra, me daba miedo.
— Llévame a tu casa —  ordenó Adon —  si es como dices, te han seguido.


    Una motonieve avanzaba veloz por una llanura completamente helada montada por dos personas, un hombre de gran envergadura vestido con una gabardina negra, que era el que conducía el aparato, y un chico, que a pesar de llevar la cabeza cubierta con una capucha y unas aparatosas gafas, se adivinaba que tenía el pelo largo hasta los hombros y castaño. Kurt agarraba fuertemente el maletín que le había sido encomendado a proteger, intentando que no resbalara debido al vaivén del vehículo.

— ¡Ya estamos llegando, señor Trümper! —  gritó el piloto —  ¡ahí es donde empezará el nuevo mundo!

    Entre cúmulos de nieve y blancas colinas, el chico pudo ver cómo en el horizonte comenzaba a surgir lo que parecía un gigantesco iglú, por su forma semiesférica. Por la distancia que les separaba de la cuna, Kurt calculó que debía tener un tamaño descomunal, una estructura que fácilmente podría cubrir por completo una ciudad pequeña. Desde luego no era el emplazamiento idóneo para una base militar, o el lugar correcto para iniciar nada, y menos aún, la rebelión que según el conductor de la motonieve iba a crear un "nuevo mundo", pero Kurt, al ver aquel extraordinario edificio, sintió que los propósitos de la orden de Gádian iban mucho más lejos de lo que pensaba. 

    El vehículo se detuvo al llegar a la única abertura que había en el edificio, una gigantesca puerta metálica de unos treinta metros de altura, que estaba entreabierta, y en cuyo umbral, esperaban trece individuos trajeados entre los que destacaba uno de ellos situado en el centro del grupo, mucho más alto que el resto, pues debía medir dos metros como mínimo. Tenía la piel blanca como la leche y unos ojos azules hundidos en un rostro carente de pestañas, cejas y barba que disimulara su desproporcionada boca. Su cabello negro y ondulado caía cubriendo las orejas y llegando casi hasta los hombros. Al igual que sus seguidores, su atuendo era negro y sobrio, vistiendo además una gabardina muy elegante que le llegaba hasta las rodillas.

— Kurt Trümper —  dijo aquel gigante con una voz grave que parecía salir de un sintetizador —  bienvenido a la cuna —  dijo con los brazos extendidos.
— Mi señor —  dijo Kurt impresionado por su apariencia, y haciéndole una reverencia —  está mejor que nunca.
— Cierto, chico, cierto —  respondió Gádian cogiendo al joven por los brazos para que dejara de inclinarse —  y al cien por cien de mis capacidades.
— Es increíble —  añadió Kurt —  realmente sois la solución a este mundo podrido.
— Puedes retirarte —  ordenó Gádian al conductor del vehículo que había traído a Kurt ante su líder, quien obedeció inmediatamente —  entremos Kurt, hay muchas cosas de las que hablar.

    Los dos se adentraron a través del gran portón de acero, escoltados por los doce tipos trajeados, entre ellos siete mujeres y cinco hombres, todos ellos con corbata, muy repeinados y con pantalón y americana de color negro, bajo la cual llevaban camisas blancas. La sorpresa vino cuando Kurt pudo comprobar que el faraónico edificio en que había entrado tan solo era la punta del iceberg de algo mucho más grande. Se encontraban en un vestíbulo en forma de circunferencia en cuyo centro se hallaba una espaciosa plaza conectada al vestíbulo mediante cuatro gigantescas pasarelas dispuestas como los radios en la rueda de una bicicleta. En aquella plaza, también metálica, como todas las estructuras del lugar, había un gran ascensor panorámico con paredes de cristal y capacidad para cerca de cien personas. Kurt, acompañado por Gádian y su séquito, se disponían a cruzar una de las pasarelas de unos veinte metros de anchura y desprovistas de cualquier tipo de barandilla que protegiera de sufrir una caída mortal al incauto que se acercara demasiado al borde. Obviando éste último detalle, Kurt se acercó para observar las instalaciones subterráneas del cuna, llevado por la curiosidad. Era incontable el número de plantas que había bajo sus pies, todas ellas conectadas al gran ascensor con las mismas pasarelas metálicas. 
— Es increíble —  dijo Kurt pasmado.
— Aun sigues siendo ese niño impresionable —  afirmó Gádian sonriendo.
— ¿Cuánta gente vive aquí?
— En la actualidad viven cerca de un millón de personas —  respondía una de las mujeres que acompañaban a su líder —  la cuna está poblada a la mitad de su capacidad, esperamos que en menos de un año esté lista para cumplir su función.
— Gracias Khala, es suficiente —  sentenció Gádian cuando ya habían llegado a la plaza —  como ves, Kurt, todo lo que te dije es cierto, ya está empezando.

    Al entrar en el ascensor, unas puertas de cristal se cerraron tras ellos, y pasados unos segundos el aparato comenzó a descender a una velocidad vertiginosa. La vista desde allí era asombrosa. ¿De dónde habría obtenido la orden los medios para aquellas instalaciones? En la cuna había capacidad para más de un millón de personas, logísticamente  era una completa locura, además, según sabía Kurt, la cuna no solo era una residencia. Allí cada uno tenía su función, todos trabajaban con un solo propósito: apropiarse del mundo que les había sido negado. Sin embargo la duda del joven era bien clara: ¿A quiénes les había sido negado?

— Kurt, no te impacientes —  dijo Gádian como si leyese el pensamiento del chico —  enseguida tendrás respuestas.
— Todo esto es nuevo para mí —  respondió Kurt sin dejar de mirar a su alrededor sujetando fuertemente el maletín.

    El ascensor se detuvo en la planta más baja, mucho más espaciosa que las de más arriba y sin las pasarelas metálicas, pues era una gran explanada circular desprovista de techo, desde la cual se podía ver todo el complejo por encima de ellos. Debian estar a dos kilometros de profundidad, por el tiempo que tardaron en llegar. Todo estaba en silencio y a pesar de que había varias puertas en el perímetro de aquel gran circulo, Gádian hizo detenerse a todo el mundo con un gesto de la mano.

— Gracias por acompañarnos, pero a partir de aquí seguiremos Kurt y yo solos.

    Entre las caras de los doce que les acompañaban, Kurt interpretó varias reacciones, casi todas de envidia y celos. Gádian avanzo unos veinte metros desde el ascensor y se arrodilló, posando su mano derecha en el suelo, cuyas baldosas de piedra comenzaron a iluminarse de forma intermitente. Kurt se acercó a su maestro mientras admiraba el espectáculo luminoso que se iba reproduciendo por todo el suelo del lugar. Justo al despegar la mano del suelo, Gádian miró fijamente a los ojos del joven, que le devolvió la mirada.

— Serás el primero en ver la obra de la orden de Gádian —  anunció el maestro —  espero que estés a la altura, chico.

    Kurt tragó saliva mientras el suelo en el que estaban empezaba a ceder. Una porción del suelo de unos cinco metros cuadrados comenzó a descender aún mas, llegando hasta una inmensa sala, mucho mas grande que su antecesora , soportada por grandes columnas y llena de capsulas que parecían sarcófagos de cristal, que contenían cada uno un cuerpo humano conservado en un extraño líquido rosado.

— Te presento a los Portadores —  dijo Gádian orgulloso.
— ¿Son cuerpos de verdad?
— Pregunta incorrecta, amigo —  corrigió el gigante —  si lo que preguntas es si son cuerpos humanos, tendré que decirte que no lo son. Los portadores serán los cuerpos que servirán de recipiente para todos aquellos espíritus que fueron condenados en la preexistencia a no nacer. Son cuerpos creados por nuestros investigadores en el laboratorio, todos ellos clones de un primer ejemplar, que vivió durante cinco años.
— ¿Solo cinco años? 
— Lo que llevas en ese maletín alargará su esperanza de vida – aclaró Gádian – o eso esperamos.

— ¿Cuántos hay? —  preguntó el chico admirando la interminable sala.
— Digamos que hay los suficientes como para darle la vuelta a este mundo —  dijo Gádian —  y tan sólo es una pequeña porción de lo que lograremos.

    En ese momento, el cuerpo que había en el sarcófago más cercano a ellos sufrió una especie de convulsión. Kurt se acercó al cristal y pudo comprobar con cierta sorpresa que aunque aquello realmente parecía un cuerpo humano, no se le podía atribuir un sexo concreto, pues no tenía órganos reproductivos, la zona de la entrepierna era completamente lisa.

— ¿No pueden reproducirse? —  preguntó el joven mirando aquel cuerpo sin vida.
— El doctor Cooper hizo lo que pudo, pero los órganos sexuales son muy complicados de reproducir —  explicaba el maestro —  tampoco pueden ver como nosotros, solo perciben ciertos colores con longitudes de onda bajas. Solo pueden ver los colores rojos y anaranjados. Pero las radiaciones infrarrojas si las podrían ver.
— ¿Ven en la oscuridad? —  preguntó Kurt sin apartar la vista del cristal.
— Todas las cosas que emitan calor —  aclaró Gádian.

    Kurt se detuvo a observar el rostro de aquel cuerpo. Las facciones eran redondeadas y finas como las de una mujer, pero el resto del cuerpo parecía el de un hombre atlético. Un espécimen muy interesante desde el punto de vista anatómico. Parecía como si estuviese dormido, moviéndose con el vaivén del líquido en el que estaba sumergido. Kurt sin apartar la mirada de aquel rostro andrógino recordó las palabras que un tiempo atrás le dedicó su mentor: "El momento está cerca, chico. Todo el mundo ha de posicionarse en un bando, pues los que permanezcan neutrales serán los primeros en caer".



    Izan había olvidado las llaves, habían pasado cinco minutos y su madre no abría la puerta. El chico fue contagiado por la preocupación del señor Beckert, que había encontrado la manera de entrar en la casa.

— Imagino que tengo tu permiso Izan —  dijo el profesor, cuya aura se iba haciendo mas inestable a cada segundo.
— Claro —  respondió el chico admirando aquella luz.

    Adon saltó entonces de forma increíble hasta el tejado de la casa, sin mostrar signos de haberse esforzado lo más mínimo y aprovechó que una de las ventanas estaba abierta para acceder al interior de la casa.

— Abriré la puerta desde dentro —  dijo el profesor.
— Vale —  Respondió el chico impresionado por el salto de unos cinco metros.

    El señor Beckert entró por aquella ventana, la del cuarto de Izan, que estaba tal y como lo dejó por la mañana. El profesor avanzó y salió al pasillo distribuidor de la planta de arriba, en la que había otras dos habitaciones. En el piso de abajo, se podía escuchar el sonido de una radio encendida, y nada más. Algo no iba bien, Adon podía sentir la energía de uno de esos seres oscuros que llamaba sombras. Rápidamente y haciendo el menor ruido posible bajó las escaleras que daban al hall, donde pudo ver a una mujer tendida en el suelo y convulsionando.

— Mierda —  se dijo el profesor a sí mismo.

    Aquella luz que vio Izan en el parque por última vez, se hizo de nuevo dueña de Adon, esta vez tomando una forma similar a la de una cuerda luminosa de un tono azulado que se anudó al cuello de la madre de Izan, que comenzó a gritar con una voz gutural que no se correspondía con una voz humana.

— ¡Beckert! —  exclamaba Izan al otro lado de la puerta, golpeándola von todas sus fuerzas —  ¡¿qué está pasando?!
— Izan, ¡vete! —  ordenó el profesor sujetando aquella "cuerda" que aún seguía amarrando a la mujer.

    En ese momento, aprovechando que Adon miraba hacia la puerta, la madre de Izan agarró la cuerda con ambas manos, partiéndola y haciendo que desapareciera. 

— ¡Adon, es mi madre! —  gritaba el chico desesperado, que seguía golpeando la puerta —  ¡abre la maldita puerta!

    La mujer miró fijamente con unos ojos amarillos al profesor, y con una voz verdaderamente aterradora, se dirigió a el, mientras se aproximaba cojeando.

— Ya has oído a mi hijo, Kanahm —  pronunció con cierta dificultad —  abre la puerta.
— Tu no tienes hijos —  respondió mientras se formaba entre ellos una especie de escudo que parecía de cristal —  sabes que con un cuerpo humano no llegaras lejos. Dime qué le has hecho y te ahorraré sufrimiento.
— Aunque nunca he sentido tanto dolor, te diré que más me valen estos cinco minutos, que toda la eternidad sin poder respirar, ver, tocar y sentir un cuerpo como estoy haciendo ahora.
— ¡Dime cómo lo habéis hecho! —  gritó Adon haciendo explotar el escudo, lanzando a la mujer contra la pared y haciéndole caer tendida en el suelo.
— ¿Cómo le vas a explicar a ese niño que has matado a su madre? —  dijo sonriendo la mujer.

    Los golpes y continuos gritos de Izan llamaron la atención de varios vecinos y de una pareja de policías que patrullaban por la zona. Uno de ellos trató de tranquilizar al chico que estaba fuera de sí, y el otro, apuntando con su arma reglamentaria a la cerradura, disparó derribando así la puerta y entrando en la casa. 

Buena suerte, Kanahm —  dijo la mujer antes de expirar.
— ¡Las manos sobre la cabeza! —  exclamó el agente apuntando a Adon a la cabeza —  ¡obedezca! ¡Vamos!
— Está bien —  respondía Adon confuso alzando lentamente las manos —  está bien.

    El policía que trataba de tranquilizar a Izan se vio obligado a reducirle, ante la insistencia del chico, que sufrió un ataque de ansiedad. Sentía que perdía el conocimiento, pero seguía viendo las auras de las personas que había en la zona, cada vez veía todo más y más borroso, y en un último intento por mantenerse consciente, dirigió su mirada hacia la puerta de su casa, por donde estaba saliendo El señor Beckert custodiado por el agente que le tenía esposado. Un poco más al fondo, en el interior de la casa, pudo ver una mano de su madre tendida en el suelo, ella no emitía aura alguna, estaba completamente apagada. Izan comprendió que se había ido, que aquel conjunto de huesos, carne y piel, ya no era su madre. Después de sentir un punzante dolor en el pecho, el chico finalmente se desmayó, dirigiendo sus últimos pensamientos a la mujer que le dio la vida.

8 comentarios:

  1. De nuevo, mil gracias por leerlo! Di si te ha gustado en la encuesta, y por supuesto, se agradecen comentarios y/o sugerencias... hasta la semana que viene!!

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  2. Jope, menudo final para este capítulo :(

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    1. Jajajajaja no te ha gustado?

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    2. No, no me ha gustado el final... te recuerdo que soy muy princesa y me gusta que las cosas salgan bien, jajajajajaja

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    3. Pues esto solo ha empezado.... Se avecina tormenta de la buena... Pero no desesperes, habra esperanza jejeje

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  3. Amigooo esto no puedes dejarlo así! Xq? Quierooo màs!

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  4. Amigooo esto no puedes dejarlo así! Xq? Quierooo màs!

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